La revolución de los bollos

Viernes, 05 Noviembre 2021 21:07

Los niños y niñas de nuestro país reciben 7.500 impactos publicitarios al año que les animan a consumir productos insanos —comida y bebida con un alto contenido en grasas, sal o azúcares— tal y como revela un estudio de Miguel Ángel Royo-Bordonada, investigador de la Escuela Nacional de Salud Pública. Además, estos mensajes se trabajan a conciencia para que calen en las mentes de los pequeños, unos cerebros todavía en proceso de formación. Estos alimentos suelen asociarse a atributos positivos, ‘consumiendo tal o cual producto serás más feliz, más fuerte o más popular’, por no hablar de los regalos que los acompañan y que sirven de cebo para las criaturas. En un momento en el que los menores son muy vulnerables porque todavía no han terminado de formar su capacidad crítica —incluso muchos no saben discernir cuando acaba la serie infantil y cuando empieza el espacio publicitario— nuestro deber como sociedad es protegerles y garantizar su derecho a una alimentación saludable..

Por fin, el Ministerio de Consumo se va a poner las pilas y va a prohibir la publicidad dirigida a niños y adolescentes de alimentos y bebidas no saludables en medios de comunicación, Internet y aplicaciones. Lo hará basándose en los perfiles nutricionales de la Organización Mundial de la Salud. Una excelente noticia encaminada a proteger la salud de los niños y niñas, una medida necesaria y básica ante la que aparentemente no existe un pero. Hasta el momento, España se ha caracterizado por tener una normativa de lo más laxa en cuanto a la publicidad dirigida a los más pequeños. El único atisbo de regulación es el Código PAOS, un código de autorregulación al que las propias empresas anunciantes deciden si se adhieren o no.

Como es lógico, la poderosa industria alimentaria ya ha empezado su correspondiente pataleo ante una regulación que previsiblemente afectará a sus ingresos, demasiado dinero han ganado ya envenenando lentamente a niños y jóvenes. Lo que no podíamos esperar era una ola de personas de derechas y con una importante falta de comprensión lectora que rápidamente salieron a clamar al cielo porque el ministro Alberto Garzón les iba a prohibir comer bollos. Quedará para la historia el ridículo de personajes como Ismael Sirio López Martín, responsable de comunicación digital del PP, que posó en redes comiendo chocolates, galletas y rosquillas como si fuera todo un acto subversivo. Sí, muy subversivo... Pues la ‘revolución de los bollos’ llegó el mismo día en que la Audiencia Nacional condenó al PP y a Luis Bárcenas por la reforma de su sede con dinero negro. Casi cuela el intento por desviar la atención, pero no. Cuando cierren Génova 13 en la fiesta de despedida seguro que no faltarán los bollos, pero ni una montaña de rosquillas industriales esconderá sus numerosos trapos sucios.

Lo más peligroso de todo es que una y otra vez demuestran ser negacionistas de las políticas de salud pública en nombre de la libertad, pero lo cierto es que la libertad solo lo es si es colectiva. Todos y todas tenemos derecho a vivir de una forma saludable, protegiendo especialmente a las personas vulnerables, como son los niños y niñas. Los mismos que hoy claman contra una medida tan básica y necesaria como la regulación de la publicidad dirigida a menores, ya pusieron el grito en el cielo cuando se prohibió fumar dentro de los locales de hostelería y de ocio y presagiaron el hundimiento del sector. Spoiler: nada de eso pasó y sin embargo la salud y el nivel de convivencia de todas las personas en los espacios públicos mejoró considerablemente.

Lo mismo con las medidas contra la COVID-19, cuando abanderaron la lucha para tomar cañas y contagiar o contagiarse del virus. Y es que se les llena la boca con su ‘libertad’ y derecho a fumar, contagiarse o atiborrarse a bollos con grasas hidrogenadas y tapan con eso un profundo egoísmo, insolidaridad e incapacidad para construir en común.


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