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Ainhoa Alberola Lorente

Vamos a una

Viernes, 09 Julio 2021 21:07

Mi profesora de teoría política feminista tenía una muy buena metáfora para explicar el género. Decía que cuando nacemos, según los atributos físicos que se nos perciben a simple vista, nos meten en la caja del género, existe una para hombres y otra para mujeres y cada una de ellas contiene una serie de características físicas y psicológicas diferentes. Para las mujeres son cosas como llevar el pelo largo, pendientes, maquillaje, ropa ceñida, ser delicada, formal, sumisa… Para los hombres, llevar el pelo corto, ser musculoso, rudo, valiente, activo, dominante… El problema, el gran problema, viene cuando alguien decide salirse de esa cajita que le han asignado al nacer porque hay atributos que no encajan con su forma de ser. Prácticamente todo el mundo a lo largo de su vida sufre las consecuencias de querer salirse de la norma social impuesta, de querer cambiar ese canon de género establecido. ¿Si un hombre no se depila? Perfecto. ¿Si una mujer no se depila? Una guarra. ¿Si una mujer llora? Genial, es sensible. ¿Si lo hace un hombre? Un blandengue.

El género es un constructo social que encadena, que genera ideales y expectativas, muchas veces, imposibles de cumplir, que produce mucho sufrimiento para las personas que de ninguna manera encajan en la horma que la sociedad ha construido para ellos y ellas. El género trae más perjuicios y prejuicios que beneficios para la sociedad. En contraposición, está la libertad, libertad para que cada cual sea uno mismo y viva la vida como desee, para que elija la etiqueta que quiera o, directamente, prescinda de etiquetas.

En pleno siglo XXI todo ha cambiado, podrán pensar ustedes, pero no, nada más lejos de la realidad. Prácticamente nada ha cambiado cuando en nuestro país el otro día asesinaron a un chico por ser homosexual, cuando las agresiones al colectivo LGTBI siguen siendo una constante. Samuel murió por ser homosexual, sus amigas allí presentes lo han declarado por activa y por pasiva, han gritado a los cuatro vientos que la caterva de homófobos que lo asesinó le gritaba ‘maricón’ mientras lo apaleaban. ‘Lo que te llaman mientras te matan importa’ escribía Begoña Gómez Urzaiz en La Vanguardia y se ha convertido en uno de los eslóganes de esta lucha por el reconocimiento del asesinato de Samuel como un crimen de odio homófobo. Pero llegamos al momento en el que los fanáticos de la libertad individual vuelven a negar la existencia de violencias sistémicas y para ello utilizan argumentos tan burdos como que ‘la violencia es violencia y no importa de qué tipo’ o ‘cómo va a ser violencia homófoba si no conocían a la víctima’. Así que, primero, identificar las violencias y ponerles un nombre es fundamental para erradicarlas y, segundo, no importa si los agresores conocían o no la orientación sexual de la víctima, desde el primer acercamiento lo leyeron como homosexual, como un disidente del género de esos que se sale de su cajita del género normativo. Como decía, la disidencia de género se paga cara, tan cara que a veces es con la propia vida.

Ante este panorama tan desolador, me resulta insoportable ver cómo sectores de los movimientos sociales se tiran los trastos a la cabeza. Feministas y colectivo LGTBI tenemos que ir a una, no hay más remedio, nos va la vida en ello. Tendremos agendas diferentes en algunos temas, pero tenemos la misma cuando se trata de una cuestión fundamental: la supervivencia a un sistema heteropatriarcal que nos mata, porque los agresores homófobos y los misóginos son las mismas personas. Mientras la violencia siga presente y ciertos partidos políticos y medios de comunicación la legitimen, nuestra vida está en riesgo y, ante la ofensiva conservadora, tenemos que darnos la mano y lucha, luchar muy fuerte para que el odio no mate a una sola persona más y nuestros derechos no solo no retrocedan ni un solo milímetro, sino que avancen a paso firme y valiente. Los que recurrieron en los tribunales el matrimonio igualitario y sus nuevos socios ultras no dudarán en laminar derechos y poner seriamente en peligro años de conquistas sociales. Ya podemos ver con propuestas como el PIN parental cómo son conscientes de que la educación en igualdad es clave para cambiar el mundo porque enseña a los niños y niñas que existen formas de ser y vivir muy diferentes y que todas son válidas, en contraposición al modelo social de la derecha sigue empeñada en que España siga inmóvil y anclada en un pasado en blanco y negro.

Cuidarnos y protegernos entre nosotros y nosotras es lo más revolucionario. Feministas, LGTBI, antirracistas, antifascistas y defensoras de los derechos humanos, ¡vamos a una!


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