Es curioso como cuando alguien dice que se cuida pensamos en cosas como que hace dieta o ejercicio, pero rara vez que medita o que va a terapia. Hemos disociado nuestra mente de nuestro cuerpo, como si el bienestar físico fuera, de alguna forma, mucho más importante que el bienestar psicológico. Hasta en la seguridad social parece que la salud mental ocupa un segundo plano, con muchísimos menos profesionales de los que debería, una capacidad de atención muy limitada y excesivamente centrada en la farmacología. Precisamente en un momento en el que nos tenemos que cuidar más que nunca, porque con las diferentes olas de la pandemia hemos convivido con lo que los expertos ya denominan la ‘ola de la salud mental’, es decir, el repunte de trastornos como depresión, fatiga o ansiedad provocados por la coyuntura de emergencia sanitaria, la dificultad de adaptarse a las normas de la nueva normalidad, encontrar trabajo o la incapacidad de enfrentarse a situaciones muy complicadas como la pérdida de un ser querido.
Cuando Íñigo Errejón, portavoz de Más País, reivindicó en el Congreso una estrategia nacional para la atención psicológica que estuviera actualizada y dotada con más recursos, el diputado del Partido Popular Carmelo Romero le espetó el ya famoso ‘¡vete al médico!’. Un gesto de pésimo gusto por parte de la bancada de los que ya están acostumbrados a asistir al Congreso como el hincha que va a ver un partido de su equipo de fútbol. Lamentablemente el estigma en torno a la salud mental sigue existiendo y siguen existiendo reticencias a expresar un malestar psicológico por miedo a que se atribuya a la locura, cuando absolutamente todas las personas pasamos por mejores y peores momentos en nuestra vida y saber pedir ayuda en el entorno o a profesionales es imprescindible para superar el bache y salir adelante.
Pero hablemos también de ir al médico, porque hoy en día acudir al médico con un problema de estas características lo más probable es que acabe con una caja de pastillas antidepresivas o ansiolíticas debajo del brazo y no con terapia, principalmente porque casi no hay profesionales de la psicología dentro del sistema público de salud, una cuestión que ha criticado hasta el Defensor del Pueblo. No puede ser que la salud mental sea un lujo solo para aquellas personas que se lo pueden permitir, tiene que ser un derecho accesible para cualquier persona, independientemente de sus recursos. Con datos previos a la pandemia, se calcula que aproximadamente la mitad de las personas que acuden a las consultas de atención primaria son compatibles con un diagnóstico de trastorno de ansiedad, depresión o somatización, en su gran mayoría en pacientes en edad laboral, según apunta el estudio clínico Proyecto PsicAP. Pensemos, incluso, en la implantación de la figura del psicólogo de familia, un profesional de la salud mental de referencia para todas las personas, igual que tenemos un médico de familia al que ir en caso de malestar físico.
La coyuntura tampoco ayuda a la salud mental, con nuestros ritmos de vida frenéticos, trabajos precarios, incapacidad de tener tiempo para conciliar y descansar y preocupación constante por la estabilidad económica o la infinidad de cosas que tenemos que hacer. Como se suele decir, ‘no nos da la vida’ y, precisamente, esta semana salían las conclusiones de la comisión de estudio de usos del tiempo de les Corts Valencianes que apunta a esta misma cuestión. La comisión reclama avanzar hacia medidas como la jornada laboral de 32 horas que permita conciliar mejor tiempo laboral y tiempo personal —que además ayudaría a hacer una necesaria redistribución del trabajo— y otras medidas muy interesantes como que se adapten los horarios de trabajo y estudios a los biorritmos o se garanticen cuestiones básicas como el derecho a la desconexión digital. Y es que nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan descansar más y mejor para estar saludables, ojalá sea posible transitar hacia un sistema que nos permita cuidarnos a todos y todas.
