El mundo de las opiniones

Viernes, 07 Mayo 2021 21:04

Estamos en un momento en el que las redes parecen marcarlo todo. No hay una sola noticia que escape a la inmediatez del comentario personal y se comparta acto seguido. Parece haber una necesidad de plasmar nuestras impresiones ipso facto y compartirlas con cuantas más personas mejor. Las respuestas afirmando, criticando o negando nuestras posiciones se producen al segundo, y rápidamente se genera una nube de debate al hilo de ellas. Las mismas redes están sujetas a algoritmos para decidir por sí mismas el alcance de los comentarios, nada es aleatorio, todo está dirigido.

En el mundo de los mass media la evolución tecnológica digital e Internet ha provocado un cambio radical en los medios tradicionales de comunicación. Este hecho, donde no se descubre nada nuevo porque todo el mundo lo sabe ya, sí que ha sido un elemento generador perfecto para la difusión a nivel masivo de mensajes sin “casi” ningún tipo de filtro.

Cuando se tiene acceso a una cantidad ingente y universal de información y entretenimiento, es fácil sucumbir a los cantos de sirena. Mucho más cuando todo ese torrente se muestra con un lenguaje de fácil comprensión y con todo tipo de aclaraciones y ampliaciones de los conceptos. Resulta fácil a priori, generar en este ámbito corrientes de opinión, negativas o positivas sobre cualquier tema, máxime cuando esos mensajes se basan en mover los sentimientos y no en lo racional. Resulta interesante una red como Twitter, donde el mensaje se expresa en un número corto de caracteres con formato de titular y subtítulo de una noticia como en cualquier periódico, facilitando la producción y lectura por el consumidor. ¡La atención es inmediata!

Y aquí se produce la paradoja según la opinión de muchos profesionales de la información y de otros ámbitos profesionales, se generan opiniones sobre cualquier tema como si fuésemos auténticos expertos y dominásemos todas las áreas del conocimiento. De tal modo que basándonos en una información poco documentada o sesgada pasamos a cuestionar, censurar, juzgar o avalar sin detenernos a pensar las consecuencias. Contrastar, leer las fuentes acreditadas, suponen un sobreesfuerzo que esta sociedad de la inmediatez parece no está dispuesta a hacer. Lo hemos visto con el tema de los negacionistas y terraplanistas, por ejemplo, en este tiempo de pandemia. Afirmaciones que encuentran fácil eco en el submundo de las conspiranoias y que se enfrentan a lo racional y a la evidencia científica sin ningún pudor.

Nada más normal que cuestionar las opiniones del profesional verdaderamente cualificado vertiendo opiniones personales basadas en los sentimientos, algo fácil y de manual. Bajo esa perspectiva se puede decir cualquier cosa, lo hemos visto con las vacunas, con la violencia machista, con los inmigrantes, o en las campañas electorales cercanas. Agitar las vísceras es rentable. Apelar al miedo todavía más.

¿Y donde colocamos el pensamiento crítico en todo esto? Parece no tener sitio en esta sociedad líquida del s. XXI, diferenciar entre informaciones mediocres o información veraz es un ejercicio que requiere tiempo, pero sobre todo educación. Si no tenemos las herramientas necesarias para discernir entre lo que nos puede favorecer o no a medio y largo plazo, si no podemos diferenciar entre una opinión experta profesional y tampoco le vamos a dar valor a sus conocimientos frente a aquellos que se postulan como aprendices y expertos en nada pero que vocean con más fuerza para demostrar su razón, ¿dónde queda la salvaguarda del pensamiento y la integridad de las personas?

Quiero pensar como optimista pragmática, a pesar de que un amigo me define como “optimista poco informada”, que todo evoluciona y con el tiempo nos volveremos más críticos con ese alud de expertos que han ido surgiendo como setas intentando modelar nuestros actos y preferencias como usuarios. Dudar no siempre es malo, muchas de las veces es altamente recomendable. La naturaleza nos ilustra con su diversidad, la uniformidad solo puede llevar a la complacencia, la sumisión y la falta de libertad individual.

Acabo con una cita de G. Orwell: «Cuando aparece en el mundo un auténtico genio, lo reconoceréis por esta señal infalible: todos los necios se conjuran contra él».


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