40 años

Viernes, 12 Marzo 2021 21:06

Hace poco se cumplieron 40 años de ese triste episodio (el llamado 23-F) que zarandeó nuestra democracia, poniéndola en peligro, y que nos tuvo a todos una noche aciaga pendiente de las noticias de la radio y la televisión, hasta que el rey Juan Carlos I, ya de madrugada, asomó a la pantalla de nuestros televisores, con su traje impecable de capitán general y el rostro demacrado, para tranquilizarnos, diciendo que en nuestro país no tenían cabida ya los sables por encima de la, todavía incipiente, democracia que, entre todos los españoles, habíamos construido.

Ese día supimos todos que nuestra democracia era todavía muy débil; que en cualquier momento podía enfermar de muerte; que aún teníamos mucho que aprender; que el respeto hacia las ideas adversas era algo que teníamos que potenciar por encima de otras muchas cosas. Sabíamos el peligro que corríamos si los militares, que tenían en sus manos las armas, no se tranquilizaban, no comprendían el valor de la democracia, y se rebelaban contra todos aquellos que habían puesto su granito de arena para que la paz y la concordia reinara por encima de otros valores de dudosa utilidad.

En lo más hondo de nuestra memoria danzaba todavía la imagen de esa España fragmentada, dividida, que hizo que los españoles nos enfrentáramos entre nosotros en el campo de batalla, luchando por unas ideas que no era necesario recordar, porque la vida siempre debe de estar por encima de las ideas, y no merece la pena luchar si no es por la libertad y por la paz de todos, algo que habíamos conseguido con el consenso unánime apenas cuatro o cinco años atrás, y que ahora podía irse todo al traste por ese extraño romanticismo, mal entendido, de unos cuantos militares golpistas, que todavía añoraban sus años de cadetes al principio de una guerra civil que nunca se tenía que haber producido.

Y aquel lejano ya 23 de febrero de 1981, en el que recordábamos unos años nefastos que nadie quería que volvieran, la mayor parte de la población se situó por encima de los partidos, por encima de los dogmas políticos, cuya dudosa verdad era lo único que representaban, para apostar por una democracia sin ningún tipo de limitaciones, que nos uniera desde nuestras ideas polarizadas y nuestras diferencias ideológicas.

Se han cumplido ya 40 años desde aquel intento de golpe de estado que desde Valencia, donde los tanques invadieron las calles en una noche siniestra y sombría, se dirigía una orquesta nefasta que sólo pretendía volver a la «anormalidad» de un régimen que ya nadie quería recordar.

Hoy disfrutamos de un bienestar, que sólo la pandemia de la COVID del último año está amenazando, pero hemos de estar alerta porque esos intransigentes, que sólo apuestan por sus obsesiones y creen que su tiranía representa el bien común, en cualquier momento pueden inundar con sus ideas la mente de nuestros jóvenes, para volver a un régimen déspota y arbitrario que podría esclavizarnos otra vez.


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