Vergüenza y desconsuelo

Viernes, 19 Febrero 2021 21:07

A menudo siento abatimiento y tristeza por lo que sucede en este país, y hablo siempre de este país porque no conozco otro en profundidad, aunque sospecho que a menudo tampoco conozco demasiado el nuestro. No sé por qué, pero la división es palpable e inevitable, ¿inevitable? Nada es insalvable, y sin embargo todo lo llevamos a los mismos extremos, y cada uno de los extremos se apropia de una serie de cosas, de una serie de objetos, incluso de una serie de personas, que no deberían ser apropiables, porque deberían pertenecer a todos. Y de la misma forma en que la política la hemos dividido en dos bandos desde hace mucho tiempo, hemos adjudicado a un bando la forma en que se debe de gestionar el problema de la COVID, y a otro bando la forma opuesta. A un bando pertenecen los negacionistas (aunque no siempre es así) que cuestionan la pandemia y a otro los que están a favor de utilizar la mascarilla y todas las medidas de protección posibles. A un bando parece que pertenece la economía (no sé por qué) y a otro la sanidad (tampoco sé el motivo, ¿no es universal?); incluso recientemente parece que el epidemiólogo Fernando Simón pertenece al bando del gobierno y el doctor Pedro Cavadas, por ejemplo, al de la oposición.

En fin, algo por lo que deberíamos luchar «todos» con las mismas armas (y no hablo sólo de la pandemia) se ha convertido en una lucha fratricida, distinta de la que se inició en aquel lejano 1936, no tan sangrienta, quizá no tan cruel, pero sí tan hostil, incluso tan rencorosa y tan irreconciliable. Yo no voy a hacer aquí y ahora de abogado del diablo, no voy a hacer apología de una de las causas, ni voy a ir en plan predicador, para decir que debemos ser todos buenos, comportarnos como hermanos, y todas esas milongas que se dicen desde los púlpitos. No, no quiero actuar así. Creo que ya somos todos lo suficientemente adultos (¿o no lo somos?) para comportarnos como debemos, y no como niños que cogen una rabieta cuando no le compran una pelota (hoy sería un móvil de última generación). Creo que somos lo suficientemente inteligentes (¿o tampoco lo somos?) para saber que debemos unir nuestras fuerzas ante algunas agresiones ajenas a nuestra condición política. Creo que debemos aprender de lo que fue nuestra historia (¿o no sabemos nada de nuestros últimos cien años?) para no repetirla.

Creo que en nuestro país etiquetamos todo demasiado; todo es ideología y todo, de una forma o de otra, tendemos a ideologizarlo; y aunque creo que yo no soy el más indicado para hablar de ello, porque en más de una ocasión he manifestado en este espacio mi posición crítica con todas aquellas cuestiones reprochables a la derecha, creo también que es necesario siempre hacer autocrítica. La izquierda, quizá la izquierda oficial, o la izquierda más nacionalista, o la izquierda más combativa, o la izquierda más retrógrada (no sé cual de todas ellas, o quizá sean todas) no se salva de esta ideologización, como no se salva tampoco de la colocación de etiquetas y de la crítica despiadada hacia los que no admiten sus postulados y sus creencias.

Podría seguir, hay muchos temas que tratar para imaginar hacia dónde podemos caminar si seguimos con nuestro empecinamiento y hostilidad; pero prefiero que sean los lectores los que añadan los temas y reflexionen sobre ellos, porque a mí, en estos momentos, sólo me queda tristeza por nuestra actuación diaria, y vergüenza, una vergüenza infinita.


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