Trump

Viernes, 29 Enero 2021 21:07

Que, a estas alturas, alguien diga que Donald Trump ha sido uno de los peores presidentes de los EE UU (si no ha sido el peor de todos) no es decir nada nuevo. Todos, en mayor o menor medida, sabemos cómo ha sido la presidencia de este personaje discutible, siniestro, que ha hecho de la mentira su caballo de batalla; que sembró el fanatismo entre sus seguidores; que ha llevado el enfrentamiento y la confrontación prendidos permanentemente en la solapa de su chaqueta, como si fueran sus emblemas más carismáticos; que ha situado en un pedestal al supremacismo blanco (una rama del fascismo), olvidándose de las clases más bajas y desprestigiando a los inmigrantes, como si fueran la peor de las calañas. Que ha apostado por ese conservadurismo incierto, en el que su valor no ha sido nunca nada demostrable, hasta unos confines populistas, que han hecho de la violencia y la agresividad —lo pudimos constatar en el asalto al Capitolio— su mejor bandera.

Su famoso eslogan American First (América primero) marcó desde el principio una política populista que resalta el nacionalismo estadounidense. Retiró a los EEUU de las negociaciones comerciales del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y el Acuerdo de París sobre cambio climático; alteró el deshielo cubano, volviendo a congelar las relaciones con el país caribeño; reconoció a Jerusalén como la capital de Israel; y retiró a Estados Unidos del Acuerdo sobre el programa nuclear de Irán. Impuso aranceles de importación a diversos productos de China, Canadá, México y la Unión Europea, o sea, siempre haciendo amigos por el mundo. Indultó a cinco personas que fueron condenadas como resultado de la investigación de Rusia; solicitó a Ucrania que investigara a su rival político Joe Biden, y la Cámara de Representantes lo acusó en diciembre de 2019 de abuso de poder y de obstrucción al Congreso, aunque el Senado, después de negarse a escuchar el testimonio de los testigos, lo absolvió de ambos cargos en febrero de 2020.

Ha dejado el país dividido. Incluso entre los propios republicanos hay una tensión que no se conocía hasta ahora. Los enfrentamientos con la prensa han sido constantes, y la gestión de la COVID-19 no ha podido ser más nefasta. En medio de este desastre dejó el barco de la política norteamericana tambaleándose, sin querer pasar el testigo al nuevo capitán (de hecho, ha sido el primer presidente que se ha negado a estar en la investidura de su sucesor), huyendo, como lo hacen las ratas cuando el temporal amenaza con hundir el barco. Inaudito. Tendríamos que esperar que existiera un final a la política estadounidense más desastrosa de los últimos años, aunque Trump y sus huestes se empeñen en decir que la economía ha crecido por encima de la media; porque las políticas sociales han brillado por su ausencia.

Sin embargo, hemos de prestar atención, actuar con cautela y no creer que la rabia se acabó una vez muerto el perro. La semilla del trumpismo está ahí, y puede florecer en cualquier momento, como fructifica de una forma rápida la semilla de cualquier hierba mala, porque si una cosecha fructífera tarda en formarse, la maleza se expande con rapidez, sin necesitar abono ni cuidados. Por eso es muy importante la labor que le queda ahora a Biden: desmontar el legado de su antecesor y apaciguar los ánimos de sus incondicionales. Una labor ardua, sin lugar a dudas.


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Modificado por última vez en Viernes, 29 Enero 2021 18:16
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