Por quienes ya no están a tiempo

Miércoles, 30 Diciembre 2020 20:06

Ha pasado ya casi un año desde que empezamos a escuchar hablar en las noticias sobre un tal “coronavirus”. Al principio parecía algo lejano, no demasiado y, desde luego, no podíamos ni imaginar los efectos que iba a tener a nivel mundial. Desde que el coronavirus empezó a cambiar nuestras vidas, estábamos confinados en casa y se nos ponían los pelos de punta cada vez que se daban las cifras de muertes diarias por televisión, solo esperábamos una cosa: la llegada de un remedio a la situación, esa vacuna que nos librara del maldito virus, que detuviera la pérdida de personas y nos dejara de nuevo volver a nuestras vidas normales. Ese día ha llegado y en mi cabeza resuenan las palabras de Mónica Tapia, la auxiliar de enfermería que ha sido la segunda mujer en España en recibir la vacuna contra la COVID, la primera entre el personal sanitario, cuando después de vacunarse, recordaba a todas las personas para las que la vacuna no ha llegado a tiempo y han perdido la vida en medio de esta pandemia. Yo tengo la enorme fortuna de no haber perdido a ningún familiar directo a causa de esta enfermedad, pero para otras personas de mi entorno no ha sido así y su dolor también es el mío. Por todas estas personas que no han podido vivir para ver este momento, tenemos que vacunarnos todas y todos, porque ahora está en nuestras manos erradicar el virus y que nadie más tenga que morir por sus efectos.

La llegada de la pandemia ya nos mostró la importancia de tener un Estado social fuerte, con un sistema de salud público bien dotado de personal y recursos capaz de hacer frente a cualquier crisis sanitaria y un sistema de protección social que no deje a nadie atrás para paliar los efectos de la crisis económica. Este inicio del fin de la pandemia acaba de constatar aquella lección que aprendimos desde su inicio, y es que solo los Estados van a ser capaces de repartir con garantías la vacuna. En primer lugar, cubriendo por completo su coste, para que sea de acceso universal y, en segundo lugar, garantizando que se vacuna con prioridad a las personas más vulnerables. No quiero ni pensar en cómo sería este proceso si lo dirigieran los mercados y no los Estados, tal y como muchos trasnochado quieren. La poca disponibilidad inicial de dosis provocaría una escalada de precios inasumibles para el común de los mortales, adquirir la vacuna sería todo un lujo solo accesible para los más ricos y poderosos del mundo. El orden de vacunación no lo determinaría el grado de vulnerabilidad ante la infección sino el de riqueza. Frente al mercado que es salvaje y cruel, los Estados tienen que garantizar orden y cuidados, es nuestra única esperanza para la prosperidad y momentos críticos como este lo demuestran.

Yo particularmente estoy deseando vacunarme, porque eso significará que el fin está cerca. No tengo miedo porque confío en la ciencia, la vacuna es segura. Y más aún estoy deseando que vacunen a mis seres queridos que son grupo de riesgo, porque el mejor deseo que puedo pedir para este año nuevo es que queden protegidos ante la enfermedad. Mientras tanto, no nos queda más remedio que seguir actuando con prudencia y acabar estas fiestas de la mejor manera posible. Aprovecho para felicitar el año nuevo a todos los lectores y lectoras de El Económico, ojalá este 2021 nos traiga mucha salud y prosperidad. En cada fin de año solemos esperar que el siguiente sea especial, pero lejos de eso, espero que 2021 simplemente sea normal, porque creo que nunca había apreciado tanto algo tan mundano como la normalidad, que nadie más sufra, que reabran los negocios, que volvamos a las calles y a darnos abrazos. ¡Vacúnese a la que puedan y sean muy felices en este nuevo año!


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