Procusto

Viernes, 04 Diciembre 2020 20:07

El cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, rechaza la Ley Orgánica de Modificación de la LOMCE (LOMLOE), la conocida como «ley Celaá», indicando que «es un retroceso gigantesco que nos llevará al abismo, generará incultos y poco alfabetizados y abrirá una guerra escolar de gravísimas consecuencias en España».

En su artículo semanal, en la revista Paraula del Arzobispado, se pregunta: «¿quién educa, los padres o el Estado?». Sin embargo, no se pregunta: «¿quién educa, los padres o la Iglesia?»; y tras la aprobación de la ley en el Congreso, añade: «¿Por qué camino se opta, por el de una enseñanza pública, del Estado, única, estatal y estalinista, o por una de iniciativa social, plural, libre y democrática?».

Yo no sé lo que este señor entiende por «enseñanza estalinista» ni por «enseñanza de iniciativa social, plural, libre y democrática», pero puede ser que esté invirtiendo el sentido de los términos. Todavía va más allá, porque alerta de que «si fuese el Estado, retrocederíamos muchos años atrás a una dictadura y dejaríamos de estar en un régimen de libertad y libertades», con lo que asegura no entender «lo que quiere el gobierno social-comunista que nos rige y trata de dominarnos». Y añade: «Hay que estar prevenidos y no permitir que avance en esa posición».

Después de observar estos comentarios, podemos pensar lo diferentes que son sus palabras de las del cardenal Vicente Enrique y Tarancón, cuando en 1975 (hace ahora 45 años), cuando en España aún se respiraba franquismo, y palpitaba la idea de una España diferente, él hablaba de libertad, de solidaridad, de democracia, de reconciliación, y exhortaba a Juan Carlos a que fuera el rey de todos los españoles.

¿Cañizares se habrá leído la ley y la habrá interpretado adecuadamente?, ¿tendrá la ciencia infusa, o le habrá venido un soplo divino y no necesita nada más? Quizá es infalible, y ya tiene ese don tan arraigado que no necesita otra cosa. Sin embargo, yo no entiendo a qué régimen de libertad y libertades se refiere. ¿Está hablando del régimen actual, o estará hablando de la época franquista, en la que ellos estaban tan bien arropados? ¿Pensará que el gobierno social-comunista —como él dice, quizá en tono despectivo— trata de adoctrinar a los niños, para educarlos en libertad y conseguir que sean adultos con criterios propios (algo que debe ser monstruoso), y ellos, en cambio, no han adoctrinado nunca en sus colegios religiosos?

Yo no sé si el señor Cañizares conoce la nueva ley, o se dedica simplemente a repetir los mismos mantras falsos de la derecha. Quiero pensar que lo que dice lo hace por ignorancia, por desconocimiento, porque si no es así, repetir esos mantras falsos, sabiendo que lo son, lo pondría a él, como ministro de Dios, en una situación sumamente delicada. O eso entiendo yo, con todo el respeto que le he tenido siempre a los verdaderos cristianos, sean de derechas o de izquierdas (que también los hay).

Viendo el artículo de la revista del Arzobispado, y sabiendo que su opinión es seguida por miles de cristianos valencianos, que no sé por qué parece que tienen una fe ciega en sus palabras, se me antoja pensar que este cardenal está fuera del mundo real, está sujeto a una serie de ideas preconcebidas, que van más allá de lo puramente cristiano, y les está haciendo un flaco favor a todos esos que deberían seguir única y exclusivamente la doctrina de Jesús, es decir, ser personas solidarias, libres, generosas y tolerantes con todas las ideas diferentes a las suyas (como predicaba el Maestro de Nazaret), y no hacer caso a las palabras de unos iluminados que se sienten, sin ninguna razón, amenazados por unas ideas fantasmas que sólo una mente retrógrada y obcecada puede fraguar.

Para encontrar una explicación a las palabras de Antonio Cañizares, recurramos a la mitología griega, y hablemos de Procusto. Procusto era un bandido y posadero del Ática. Se le consideraba hijo de Poseidón, algunas fuentes dicen que era un gigante, y con su esposa Silea fue padre de Sinis. Procusto tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario. Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta y su cuerpo era más largo que la cama, procedía a serrar las partes del cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si, por el contrario, era de menor longitud que la cama, lo descoyuntaba a martillazos hasta estirarlo. Procusto continuó con su reinado de terror hasta que se encontró con el héroe Teseo, quien invirtió el juego, retando a Procusto a comprobar si su propio cuerpo encajaba con el tamaño de la cama. Cuando el posadero se hubo tumbado, Teseo lo amordazó y ató a la cama, y allí lo torturó para «ajustarlo» como él hacía a los viajeros, cortándole a hachazos los pies y la cabeza. Matar a Procusto fue la última aventura de Teseo en su viaje desde Trecén (su aldea natal del Peloponeso) hasta Atenas.

Cuando hablamos del «síndrome de Procusto», hablamos de la incapacidad para reconocer como válidas las ideas de los demás, el miedo a ser superado profesional o personalmente por otros, la envidia, etcétera. Todo ello nos puede llevar a eludir responsabilidades, tomar malas decisiones y frenar las iniciativas, aportaciones e ideas de aquellos que pueden dejarnos en evidencia. El síndrome define también a aquellos que, al verse superados por el talento de otras personas, deciden menospreciarlas, incluso deshacerse de ellas; y el miedo les lleva a vivir en una continua mediocridad, donde ni avanzan ellos ni dejan que avancen los demás.

No sé si el señor cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, tiene ese síndrome, como tampoco sé cómo quiere, o cómo puede, desplazar la implantación de una ley democrática, dictada por un gobierno democrático que ha salido de unas urnas democráticas (sin embargo, los poderes fácticos siempre han tenido mucha influencia en la ciudadanía, y la Iglesia católica en España es uno de esos poderes fácticos, que nunca han dado al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios). Quizá lo que ocurre es que hay algunos (o muchos) que todavía no se han dado cuenta de que ya no estamos en los tiempos del nacional catolicismo, y que los Principios Generales del Movimiento hace mucho tiempo que se derogaron, porque todos esos que durante la dictadura disfrutaron de numerosas prebendas, aún no se han resignado a dejar de ostentarlas.


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