Mediocridad

Viernes, 13 Noviembre 2020 20:04

Vivimos en un mundo en el que lo mediocre, a menudo, nos envuelve a todos. Somos hijos mediocres, estudiantes mediocres, novios o esposos mediocres, padres mediocres… Trabajadores o empresarios mediocres…

Como trabajadores envidiamos a esos que llegan más alto que nosotros y ganan más dinero, pero nos olvidamos de que, a menudo, su mediocridad les ha hecho llegar a ese puesto a base de engañar a los clientes o pisar a los compañeros; y como empresarios admiramos a esos que han sido capaces de crear de la nada empresas que facturan al año millones de euros, pero no vemos que para llegar a esas cotas de notoriedad compran los productos marcando ellos los precios a los agricultores (siempre unos precios irrisorios) o fabrican sus productos en esos países tercermundistas en los que los trabajadores están esclavizados por un salario mínimo.

Sólo nuestro ego es algo brillante, tan brillante como la superficie de un globo de helio hinchado al máximo y a punto de explotar; un globo, como he visto en una viñeta (la idea no es mía), que no sabe la cantidad de alfileres que le rodean y le acechan.

Hemos creado un mundo en el que todos luchamos por sobresalir en algo, por ser los primeros, por ser los únicos. Rodeados de infinitos individuos que aspiran a alcanzar al primero para ocupar su puesto; y eso que, deportivamente, está muy bien, nos puede conducir (como ocurre) a intentar ocupar ese puesto con artimañas y astucias que dejan mucho que desear.

Todos aspiramos a que nuestra inteligencia, nuestra sabiduría, nuestra cultura, nuestra bondad, incluso nuestro físico, sea superior al de los demás, pero esto no lo anhelamos para conseguir ser seres superiores que podamos dar a los demás lo mejor de nosotros mismos, sino que es algo que codiciamos y que sólo nos sirve para envilecernos o para corrompernos.

Vemos a diario el caso de numerosos políticos (disculpad que vuelva a hablar de ellos), que en lugar de cumplir con su labor, en lugar de estar ahí para hacer cada vez mejor la vida de los ciudadanos están para enriquecerse y para ocupar un poder que les haga sentirse superiores. También tenemos el ejemplo de muchos religiosos (pido de nuevo disculpas), sobre todo los que han llegado a la cumbre de sus respectivas diócesis, que en vez de ayudar a los necesitados se encargan de escriturar a su nombre propiedades perdidas que hagan que las arcas episcopales sean cada vez mayores.

Todo esto es, ni más ni menos, fruto del egoísmo que nos envuelve, y del que nadie escapa, que nos hace crear cada día un mundo más injusto y más insolidario, en lugar de fomentar lo contrario. Y pido disculpas a todos, porque muchas veces estoy criticando sólo lo que veo cada día reflejado en el espejo; y me consuelo, pensando que esto es un mal menor, o un mal que a todos nos afecta (ya lo dice el refrán: «Mal de muchos, consuelo de tontos»); y deberíamos hacer un acto de contrición, un acto de arrepentimiento, para, en lugar de pensar sólo en nosotros, pensar en los demás. Porque el planeta tiene salvación, pero no debemos esperar a que venga alguien de otra galaxia a rescatarlo. Somos nosotros, con nuestra actuación diaria, los que podemos salvarlo.


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