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José Manuel Pedrós García

Froilán, monarquía, iglesia y empresariado

Viernes, 16 Octubre 2020 19:04

Todos hemos visto recientemente la fotografía de Froilán, el nieto del emérito, luciendo un espectacular Audi rojo que le han regalado, al parecer, en su cumpleaños, lo que ha indignado bastante a las redes sociales y ha hecho saltar las alarmas de los antimonárquicos, que ya están bastante calientes con la historia de su abuelo, de su fortuna (de dudosa procedencia y de destino desconocido), de los regalos a sus amantes (algunos con cargo a los fondos reservados) y de su amistad con los jeques árabes, que no dudan en acompañarle en el exilio más lujoso, ese que sólo se puede encontrar en los cuentos árabes.

Si el coche se lo ha regalado su madre, su abuelo, o quien sea es lo de menos. Lo llamativo es que un joven de 22 años, un tanto díscolo y con pocas luces (una de las herencias borbónicas), se pasee con un vehículo de 80.000 euros, el más alto de la gama (400 CV de potencia), como en la época franquista lo hacían los toreros cuando se compraban un Mercedes, que era su máxima aspiración, o como lo hacían los nietos del dictador, sin respetar ninguna norma de circulación, porque eran los nietos del «amo» y eso les daba un valor añadido.

Estoy seguro de que a la derecha y a los monárquicos les parecerá bien que uno de los posibles herederos de la corona (Dios nos libre de ello) circule por Madrid, o por donde sea, haciendo ostentación de su rango y su categoría, sin embargo a esos mismos no les parece nada bien que un trabajador se compre una casa decente o un coche nuevo con sus ahorros, incluso que vaya a comer a un restaurante con algún amigo (algo que le criticaron, por ejemplo, a Juan Carlos Monedero), como si no tuviera derecho a ello.

A la derecha y a los empresarios (a menudo son sinónimos) les gustaría que todos los trabajadores, sobre todo los de izquierdas (es incomprensible, pero también hay trabajadores de derechas, en caso contrario no se comprendería que la derecha consiga tantos votos en las urnas), les gustaría, como digo, que todos los de izquierdas fueran pobres, y tuvieran, como mucho, acceso a un utilitario y al alquiler de un modesto piso. No conciben que se pueda ser de izquierdas y vivir con holgura al mismo tiempo. Para ellos eso son cosas que no cuadran, aunque hayan conseguido su riqueza de la forma más digna, es decir, con su trabajo, su imaginación, su esfuerzo o su arte. Si uno es de izquierdas, se da por hecho que tiene que repartir todo lo que ha conseguido con los demás, y si no lo reparte es porque no es de izquierdas. Sin embargo que alguien de derechas defraude al fisco, se apropie de los bienes públicos o se lleve el dinero conseguido a paraísos fiscales, eso sí lo consideran algo propio de gente ingeniosa o sagaz.

Me viene a la memoria también lo que dijo Jesús de Nazaret respecto a la riqueza, y lo que hacen todos sus seguidores más emblemáticos, porque yo no recuerdo (igual tengo mala memoria) que a lo largo de la historia la Iglesia católica haya repartido algo entre los más pobres, al contrario se ha apresurado a apropiarse de inmuebles que no les pertenecían e inmatricularlos a su nombre en el Registro correspondiente (35.000 inmuebles inmatriculados en España entre 1998 y 2015), además de no pagar el IBI de todas sus propiedades. Seguro que algún ultra conservador puede decir: «No, hombre, no es así, ahí está Cáritas, Manos Unidas, las misiones, etcétera». Sí, es cierto, pero ¿qué tanto por ciento destina la Iglesia a todo esto?, ¿un 2, un 3% de todo lo que recauda?; y hay que señalar que la mayor parte de lo recaudado es lo que le llega a través de las arcas del estado, es decir del bolsillo de todos los españoles. ¿Y cómo viven todos esos prelados que controlan y dirigen sus respectivas diócesis, administran el dinero de la Iglesia e inmatriculan inmuebles? ¿No han hecho voto de pobreza? Porque estos, que yo sepa, sí que han hecho voto de pobreza ¿no?

Es posible que haya estirado el hilo demasiado, que todo no sea así, porque quiero creer (es más, estoy seguro de ello) que también hay religiosos modélicos, que cumplen con su voto de pobreza y se desviven por los más necesitados; y empresarios emprendedores, que tratan a sus empleados con exquisitez, como si fueran sus hijos, que no defraudan nada, que son ejemplares y que todo lo que han conseguido ha sido con esfuerzo y con ingenio. Sin embargo creo que estos (unos y otros) son los menos, y no sólo eso, sino que, además, son gente que no aplaude a la derecha más rancia; esa que nos puede llevar a la ruina a costa de enriquecerse; esa que desprecia a los inmigrantes porque son pobres y no vienen a aportar nada; esa que durante la semana hace las mil perrerías a los que están a su alrededor pero los domingos van a misa y comulgan; esa que aplaude las gestas de un pasado que deberíamos olvidar; esa que celebra y alaba los excesos de la monarquía; esa que ve bien que niñatos ineptos se paseen con flamantes coches rojos (el color menos discreto), sin haber hecho nada en la vida más que el haber nacido en una familia que ha tenido siempre todos los privilegios y ha disfrutado de todas las prebendas sin haber merecido nada.

Hay muchos que piensan eso de «a mí no me tose nadie», pero luego ellos son capaces de despreciar a cualquiera, y de la forma más vil, o de pasarse las leyes por el forro, porque creen que ellos están por encima de cualquier ley. Podemos pensar que son unos individuos a los que deberíamos combatir con la mejor de nuestras armas (la palabra), o pensar, simplemente, que son unos pobres diablos a los que debemos ignorar. ¿Qué hacemos?


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