El descenso

Viernes, 12 Junio 2020 19:06

Últimamente parece que hayan colocado en todas las sedes de los partidos políticos de derechas un cartel que diga: «Prohibido el descenso de tensión a todos los políticos de derechas». La agresividad verbal no ha bajado de tono en el parlamento —tampoco en la calle— ni un ápice; los insultos continúan su ritmo creciente y la intolerancia se ha adueñado de sus señorías (y de sus votantes) como en los mejores tiempos. El odio rezuma por todos los poros de su anatomía: un odio que intoxica y desestabiliza al más paciente, un odio visceral que no permite actuar con la educación, la deferencia y la delicadeza que nos merecemos todos.

Ya no hay espacio para el consenso, para la concordia, para el diálogo respetuoso y compartido o para el beneplácito; y no se ha rebajado nada la irritación, los malos gestos o la provocación. Cuánto se añoran aquellos tiempos del inicio de nuestra democracia en los que la política era el arte de pretender por todos los medios llegar a acuerdos tácitos; en los que se intentaba alcanzar un equilibrio en aquella línea delgada que servía de unión para que las derechas y las izquierdas se pusieran de acuerdo en aquellos asuntos de estado que a todos convenían; en los que la política era el arte de lo inimaginable, por la que se pretendía llegar a las cábalas más inverosímiles y a las conjeturas más arriesgadas en beneficio de todos los ciudadanos.

Esto que ocurre ahora, salvado las distancias, me recuerda un poco a un artículo reciente de George Clooney sobre el tema del racismo en EE UU, que se ha hecho viral. Una de las soluciones al problema del racismo para él es tener en cuenta el sentido del voto (los americanos están llamados a las urnas en noviembre). «Necesitamos políticos —dice el actor norteamericano— que reflejen la equidad básica para todos sus ciudadanos por igual, y no líderes que aviven el odio y la violencia y alienten a disparar a los saqueadores». «Mientras, asistimos atónitos y muy preocupados a lo que está sucediendo en Estados Unidos. Y solo hay una manera en este país de lograr un cambio duradero: votar».

Quizá a nosotros nos suceda lo mismo, aunque en nuestro caso las últimas elecciones generales aún están muy recientes, y las próximas aún tardarán en llegar; y eso nos hace que estemos perdiendo un tiempo precioso en discusiones surrealistas en lugar de intentar ponernos todos de acuerdo, para que, en primer lugar, la pandemia del coronavirus desaparezca lo antes posible y, en segundo lugar, avivemos la economía para que crezca el empleo y alcancemos la normalidad que teníamos a últimos del año pasado. No nos merecemos nada peor, de la misma manera que no nos merecemos a muchos de los estadistas que en estos tiempos se han adueñado de nuestro panorama político.

Están gobernando las izquierdas en nuestro país en estos momentos, es cierto, ¿pero qué precio están pagando por ello? La derecha nunca se ha resignado a no gobernar, porque para ellos el gobierno les pertenece, y ahora creen que se lo han arrebatado. También creen que es de ellos la bandera, el himno nacional, y una serie de iconos de los que se han apropiado desde hace tiempo y hace que los demás reneguemos de ellos para que nadie nos identifique con esa pasión que a ellos les enaltece. La derecha no está en el gobierno en estos momentos, es cierto; pero si cuando lo está hace oposición a la oposición, cuando no está su oposición no puede ser más cruel. Sin embargo, si ha alcanzado el parlamento, ha sido, precisamente, gracias a todos esos que le han votado, y eso es algo sobre lo que «todos» deberíamos reflexionar.


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