Sabiduría

Viernes, 21 Febrero 2020 19:07

En La Apología, Sócrates nos dice de una manera humilde, la idea que de él tenían los atenienses y lo que él pensaba sobre eso. Lo consideraban el hombre más sabio. Y nos dice que si parece sabio es porque «lo que no sabe, no cree que lo sabe». De ahí procede la famosa frase que se le atribuye al filósofo griego: «Yo sólo sé que no sé nada».

Precisamente, la verdadera sabiduría está en la humildad de ese principio, al pensar que lo importante es reconocer lo que no se sabe, más que alardear de lo que se sabe, o creer que se sabe algo en profundidad, cuando en realidad sólo se tienen unos conocimientos mínimos, incluso, a veces, equivocados. Platón y Aristóteles —sus discípulos— coincidían con Sócrates, y pensaban que la filosofía nacía de la admiración o del enigma que, ante lo desconocido, podemos mostrar, siendo el filósofo el «amante de Sofía» (diosa de la sabiduría) o, lo que es lo mismo, el «amante de la sabiduría».

Al hilo de esto, también podemos hablar de que Saulo (san Pablo) encontró camino de Atenas una lápida funeraria que indicaba «Agnosto Theo», es decir: «A un dios desconocido», y de ahí derivó Huxley la palabra «agnosticismo», que, a diferencia de «ateo» (sin Dios), cuestiona la existencia de un Dios supremo, duda de ella, aunque no la niega, y esto enlaza con la idea de Sócrates, porque si es de una soberbia, o de una prepotencia supina, el no dudar en absoluto de la existencia de Dios, también lo es el negarla de una forma taxativa.

En China, unos cien años antes de Sócrates, vivía también un gran sabio, Lao-Tse. El libro del Tao habla, más o menos, de lo que habla Sócrates en La Apología, y considera que el creer que «se sabe» es una enfermedad. Podemos extraer del libro algo muy significativo. Dice más o menos así: «Saber que no sabemos es un gran conocimiento. Pensar que sabemos, cuando no sabemos, es una gran enfermedad. Sólo aquel que sabe que está enfermo puede curar su enfermedad». (Tao Te Ching LXXXI).

¿Qué ocurre en nuestro mundo actual? Estamos enfermos y sufrimos, y es la ignorancia la que nos hace sufrir, pero no el reconocer que somos ignorantes, sino el serlo y no reconocerlo, porque lo más grave que nos sucede es precisamente argumentar hasta las últimas consecuencias sobre algo sin tener los conocimientos suficientes, y es que, precisamente, cuando tenemos unos conocimientos amplios sobre algo es cuando más dudamos de ello. Y si la duda es lo más humano que puede existir, a menudo actuamos movidos por la falta de humanidad, y eso se traduce en actuar con la prepotencia de la ignorancia.

Otra cosa que ocurre en nuestra sociedad es que estamos saciados de información, y mucha de esa información es falsa, pero si creemos en ella, o se acopla a nuestra ideología, la damos por buena y la aceptamos. Sin embargo, confundimos el tener información de algo con el saber sobre eso. También creemos tener una opinión y poder discutir en función de esa opinión, pero eso es sólo una forma de aumentar nuestra ignorancia y de enfrentarnos a una, cada vez mayor, escasez de sabiduría. Creemos que la información produce el conocimiento, y éste la sabiduría, pero eso lo único que hace es perturbar nuestro entendimiento en vez de enriquecerlo, agraviar aquello que tenemos hilvanado y hacer que se deshilache.

Conclusión: Lo mejor es pensar —y pensarlo seriamente, como decía Sócrates—: «Sólo sé que no sé nada».


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