Gandhi - Mujica

Viernes, 14 Febrero 2020 19:19

Días atrás supe, a través de “Radio Macuto”, que el jueves 6, organizado por la Fundación por la Justicia y Derechos Humanos de Valencia, se iba a celebrar un acto en el Centro del Carmen en el que se le concedería a Pepe Mujica, el que fuera presidente de Uruguay, un premio por su defensa de los Derechos Humanos.

Un pequeño grupo fuimos temprano a coger sitio en la cola, para garantizarnos un lugar en la sala. Llegamos con más de una hora de antelación y, con tremenda sorpresa, nos encontramos que en la cola, a pesar de que se trataba de un acto a mediodía en un día laborable, ya habían varios miles de personas de todas las edades, clase y condición, esperando no sé qué, porque es obvio que el Centro del Carmen como mucho, incluso habilitando salas anexas con pantallas, solo podría acoger a unos cientos, y, que a la inmensa mayoría de los allí presentes nos sería imposible acceder a él.

No obstante, de allí no se iba ni se movía nadie y la cola crecía y engordaba. Y creció hasta llegar nada menos que al Pont de Fusta. No se percibía ansiedad en rostro alguno; ni impaciencia; ni malhumor. Todos teníamos la certeza de que no íbamos a poder entrar, pero no se perdía la sonrisa ni el aire festivo… ni abandonábamos la cola. Todos estábamos en lo mismo: aquello, sin pretenderlo, sin ser demasiado conscientes de ello, se había transformado en una especie de manifestación de afecto y admiración al sabio, al honesto, al líder, al HOMBRE, a Pepe, y a su vez también a Lucía, la MUJER, a esas personas que hoy el imaginario popular ha decidido que son los más legítimos representantes de, al menos, la honestidad y el sentido común.

Cuando al fin se abrieron las puertas, la cola avanzó un poquito. Éramos conscientes de que sería imposible entrar, y, sin embargo, allí estábamos, tranquilos, sonrientes y felices. Y así fue. Poco después, unos guardias urbanos recorrieron la cola para informar que las puertas estaban cerradas y que eso era todo.

La reacción de la gente siguió siendo la misma: tranquilidad y sonrisas. El aire continuó siendo festivo. Poco a poco nos fuimos disolviendo, volviendo a nuestras casas y cosas. Otros se quedaron un rato más gritando frases como “Que salga Pepe” y cosas así.

Aquello me impresionó, recordé a Gandhi, en Nelson Mandela, en el Che… y tomé consciencia de que son contadas las personas que poseen ese poder de convocatoria, ese marchamo de dignidad y honradez, y me alegré de que, por ahora, el último de ellos, aunque no sea valenciano al menos se llame Pepe.


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