Desamor anunciado

Viernes, 14 Febrero 2020 13:13

Protesta ¿contra quién? No me queda claro. ¿Contra las “Administraciones”? Vale, muy genérico. ¿Pero cuáles? “El campo” (por supuesto, también, la ganadería), dicen, está en la calle en la Comunidad Valenciana, dentro de una planificación de movilizaciones en todo el Estado. Ahora, con más decisión. “A por todas” dicen. “Unanimidad” en el sector, y sus organizaciones.  “Complacencia” entre los que políticos de distinto signo. “Precauciones” entre los que gobiernan tanto en el Estado, como en esta Autonomía, con miedo “al populismo” (sic) ¿“Comprensión y simpatía” entre los consumidores? Quizá. ¿Reivindicaciones justas? Vale. ¿Y los empleados, normalmente jornaleros, y sus condiciones ¿cómo y en dónde quedan? Y los intermediarios, los distribuidores y puntos de venta final ¿Qué hacemos con ellos? Y con los que pagan a 90 días vista al agricultor/ganadero e invierten ese dinero que recaudan diariamente en productos financieros para aumentar la rentabilidad y el saqueo ¿los mimamos? Muchos interrogantes, lo sé.

Desde luego que es un tema complejo (como tantos otros que nos imponen). En eso, la Consellera Mollà no descubre nada. Hincar el diente desde la política es otra cosa. Lo que sí sé son dos cosas. La primera: se nos olvida que fueron los pro-ponentes y los votantes los que decidieron entrar en su día en la “Unión Europea” (nido de mercaderes sin escrúpulos y con intenciones claras nada altruista). Si desde hace tiempo se van viendo cada día plasmadas con más nitidez esas intenciones, y en donde dije digo, ahora dicen Diego, pues habrá que apechugar con parte de la responsabilidad y la culpa. A este país le quedó claro el precio a pagar (y más siendo país del sur, con su debilidad y atraso a cuestas, salido de la larga noche del franquismo). Un precio era el desmantelamiento de una parte de su estructura productiva (por supuesto el campo y la ganadería) y hacer de él, por su sol y la predisposición a ejercer de camareros, un territorio de descanso para los mejor colocados, un país para el turismo (encima, estacional). Por tanto, estaba cantado que el campo y la ganadería caminaría a su extinción por estas tierras en la medida que se pudiera proceder con todos los instrumentos a su alcance, y con el viento favorable de la coyuntura. Se aceptaba estar a las duras y las maduras.

En segundo lugar, una vez dentro chupando del caramelo (sin caramelo no hay nada que chupar) se nos presenta la realidad del “difícil futuro”. Después de echarse en brazos de la libre competencia y de esos mercaderes que la gestionan, ahora se invoca “recuperar el principio (sic) de preferencia comunitaria”, de “mantener una estabilidad que no se viera sometida a los mercados externos”. Ahora, “la pérdida de aquel objetivo común (¡cuánta pena ahora!) de crear un mercado seguro y equilibrado para los sectores productivos de los Estados miembros”, se lamenta. ¿Entonces...? El colmo es cuando se reconoce que la “ciudadanía europea” no puede “sufrir las consecuencias de pactos que chocan con los intereses propios”. O sea: hay pactos. ¿Qué pactos? ¿De quiénes contra quiénes? Somo europeos ¿no? El personal vota a los que “pactan” ¿es así? Entonces...

Cuentan que, en tiempos de Rajoy, y con el silencio de la oposición, y sin movilizaciones ni tractoradas en la calle, se aceptó “un pacto” con Sudáfrica por el cual nos comíamos sus naranjas antes que las nuestras, a cambio de que una multinacional telefónica, con dominio ventajista, que viene de una privatización espuria, entrara a saco en aquel país a hacer “sus negocios” con el visto bueno de nuestra querida “Europa”. Sólo un ejemplo (por no hablar de otros que en esta columna no cabrían). No voy a concluir con aquello de “ahora, ajo y agua” (necesito no crearme más antipatías). Ni tampoco quejarme de que al final, como consumidor, voy a pagar, como siempre, los beneficios de otros. Tampoco quiero entrar en “el arte” de la contratación y las condiciones de trabajo. Pero tenía que escribirlo. Y cuando el terror del “coronavirus” se extiende, y también peligran los ingresos de los camareros y “kelys”, pues concluyo que esto se pone feo. Muy feo (menos para Castelló, que la UDEF es un poco cutre, y los juzgados, generosos).


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