Miguel Ángel Revilla, actual presidente de Cantabria, sin ser santo de mi devoción, considero que es un político interesante, honrado y que dice lo que piensa, aunque últimamente parece más un vendedor de mantas que un político, y eso que, dentro del gremio, hay muchos políticos que sólo son capaces de vender humo, y de vendérselo más a sus votantes que a los demás, que son a los que deberían dirigirse para abrir nuevos caminos. Sin embargo, Revilla, entre lo mucho que dijo el pasado sábado día 11 en la Sexta noche, dijo algo que tiene mucho sentido, y que demuestra que sigue siendo un tipo decente.

Son muchos los que critican que el PSOE haya pactado con Unidas Podemos y con otros partidos de dudosa constitucionalidad, por no decir nula. Sin embargo si Ciudadanos y el PP se hubiesen abstenido, como en la anterior legislatura hizo el PSOE, este último partido estaría gobernando en solitario sin necesidad de que entre sus ministros hubiese carteras de Unidas Podemos.

Con esto no quiero decir que a mí, en particular, me desagrade la fusión PSOE-Podemos, pero sí hay mucha gente que es socialista y esto no le parece adecuado, y no hablamos de lo incorrecto, o lo impropio, que esto le ha parecido a los de Ciudadanos y a los del PP. Y todo se habría solucionado así: con la abstención de estos dos partidos de derechas, a los que se les llena la boca diciendo que son constitucionalistas, y que un partido, constitucionalista también, como es el PSOE, nunca debería haber apoyado un pacto con comunistas, podemitas, etarras e independentistas.

Pero así están las cosas, el gobierno ya está constituido y ha empezado su andadura. Esperemos —yo lo espero— que todo funcione bien, que las cosas discurran tal como se han programado, y que, en beneficio de toda la ciudadanía, o de una parte importante, haya cada vez más consenso entre los españoles, mejor equidistribución de la riqueza, menos paro y, sobre todo, más diálogo, más respeto y menos crispación entre nuestra clase política, porque lo que estamos últimamente viendo en el Congreso es algo indigno de un país próspero y de unas gentes a las que se les supone una educación y una tolerancia que muchas veces brillan por su ausencia.

Pero, claro, ocurre algo que no debería pasar: La derecha española no sabe perder. Piensan que el país les pertenece y deben ser ellos los que lo administren, aunque sea a su antojo; creen que es un derecho algo así como divino, y cuando alguien les arrebata ese poder ponen en duda su legitimidad, y se dedican a boicotear, a obstaculizar la labor de los demás, a faltarles el respeto de una forma volcánica y a no reconocer que son ellos los que han dejado a Pedro Sánchez en manos del independentismo porque han bloqueado cualquier otra opción.

Este debate de investidura no ha sido diferente, y la derecha ha acusado al gobierno de romper España, de saltarse la Constitución, de engañar a los españoles y de entregar la patria a etarras y a golpistas, que juntos —dicen— hicieron una moción de censura al Estado de derecho.

Nada más lejos de la realidad. El insulto y la mentira son lo único que les ha caracterizado siempre a esta derecha rancia, que se dedica a poner en manos de los tribunales lo que no es capaz de ganar en las urnas, y que hasta pide rezar por España como aconseja la cúpula de la Iglesia, a la que adoran y que tan a gusto está cuando la derecha gobierna. Indignante.

La izquierda debería mantener la tranquilidad, no entrar en el juego que quiere la derecha, porque en falta de respeto la derecha siempre gana. La izquierda debería actuar con una sonrisa, alegrarse de sus logros y hacer las cosas bien. Sería la única forma de que el rencor y el odio de la derecha política, de la Conferencia Episcopal, del Ibex 35 y del Círculo de Empresarios aumentase, porque todo eso que tanto le molesta a estos estamentos es lo que a una mayoría nos pertenece y nos conviene.