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José Manuel Pedrós García

Lealtad, pasión o enamoramiento

Viernes, 29 Noviembre 2019 19:58

A veces nos ciega la pasión, y cuando formamos parte de un determinado partido político, o nos sentimos plenamente identificados con su filosofía o con su ideología, no vemos más allá de lo que sus máximos dirigentes dicen o hacen; y creemos que «los nuestros» lo hacen todo bien, y que son «los demás» los que fallan estrepitosamente. Y no es así, porque todos tenemos aciertos y errores.

Nos ocurre lo mismo que cuando nos enamoramos. La pasión del momento inicial nos nubla la vista, y nos hace ver sólo belleza y bondades en ese ser al que empezamos a idolatrar; pero cuando el amor se empieza a enfriar, la distancia del apasionamiento se vuelve más objetiva, la sensibilidad se empieza a acoplar a la realidad, y la transparencia nos hacer ser cada vez más indiferentes, para hacernos ver cómo todo se empieza a ajustar, cómo desaparece la fantasía del momento primero, del hechizo inicial, y empezamos a ver los fallos de esas personas a las que, hasta entonces, sólo le habíamos descubierto aciertos; y empezamos a ver también torpezas donde antes creíamos que sólo había destrezas.

La política tiene eso. No se puede ser afín a un determinado partido sin verlo todo desde el espejismo de lo subjetivo. Algunos le llaman a eso lealtad, otros pasión, quizá sea simplemente enamoramiento, algo que nos hace ver a los líderes como los más guapos, los más altos, los más inteligentes, los que más pueden hacer por el bien de la ciudadanía, etcétera. Pero quizá, con eso, lo que estamos haciendo es fomentar su petulancia, su engreimiento, su soberbia y su endiosamiento. Tiene que ser una persona muy sensata, muy cabal o muy íntegra para no creerse ese tipo de adulaciones, cabalgar por la vida con suficiente humildad y saber dejar su cargo con sencillez y llaneza para pasar a la vida privada después de haber servido a la comunidad con mayor o menor acierto, pero sin creerse importante e insustituible.

Lamentablemente son muchos los que hacen de la política su profesión, nunca han hecho otra cosa y no saben hacer tampoco algo diferente. Esos son los que, cuando surge alguien dentro de su partido que quiere marcar unas líneas diferentes, o unas pautas que se ajusten más a la realidad que el momento exige, o que vele más por los intereses de los desfavorecidos que por los intereses del propio partido, se rasgan las vestiduras y pretenden desplazar a ese sujeto sin ninguna contemplación.

Creo que el camino que han iniciado todos nuestros políticos (o una mayoría de ellos) no es el más correcto, o no es el más adecuado. No se puede estar dentro de un partido y no ejercer ningún tipo de autocrítica, como tampoco se debe de estar en un partido y no ver que algunas de las medidas (o de las iniciativas) de los demás partidos pueden ser positivas. Deberíamos ser más objetivos, y no dedicarnos a destruir todo lo que los demás hacen sólo por el hecho de haberlo hecho alguien ajeno a nuestra consideración. Tendríamos que valorar lo ajeno del mismo modo que valoramos lo propio, y no tendríamos que estar permanentemente mirando nuestro ombligo, pensando que nosotros, y los que piensan como nosotros, somos los únicos que hacemos las cosas bien, los únicos que tenemos razón y los únicos que velamos por los intereses de los demás.


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