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José Manuel Pedrós García

Felipe VI y el franquismo

Viernes, 20 Septiembre 2019 17:37

El artículo 1 de la Constitución Española, en su punto 3, dice textualmente que «la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria». El artículo 56 establece que «el Rey es el Jefe del Estado». En estos puntos se basan muchos para decir que cuando aceptamos la Constitución, aceptamos la Monarquía. Sin embargo, el punto 2 del mismo artículo 1, dice que «la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado». Si el pueblo español es soberano, por lógica, no debería haber un rey que fuera el jefe del Estado, con lo cual, ambos puntos son un poco contradictorios; y el pueblo, dentro de su soberanía, podría poner o quitar al rey, o poner o quitar al jefe del Estado, como puede quitar o poner a los miembros del Parlamento cuando hay elecciones generales, y, en cambio, todos sabemos que la figura del rey es intocable.

Felipe VI tuvo una oportunidad histórica cuando su padre abdicó. Podría haber hecho una consulta popular, y seguramente el pueblo le hubiera votado como rey; pero no lo hizo, con lo cual, de esa forma se convirtió en el heredero del heredero del dictador, y salvo un puñado de románticos, ya sabemos que el pueblo español, mayoritariamente, está en contra del franquismo, como los alemanes están en contra del nazismo y los italianos en contra del fascismo. Sin embargo aquí, seguimos teniendo una Fundación Francisco Franco, que recibe subvenciones públicas, y eso, en cualquier otra democracia, sería ilógico hasta pensarlo.

Felipe VI ha tenido recientemente otra oportunidad histórica para deshacerse de su vinculación con el franquismo, algo que habría aplaudido la mayoría de los españoles, y tampoco la ha aprovechado, pues ha aceptado con su firma la renovación del ducado de Franco, para que pase a manos de su nieta mayor Carmen Martínez-Bordiú. Con esto ha demostrado que sólo le preocupa ganarse el respaldo de la derecha y la confianza de la extrema derecha. El rey no tenía que haber cambiado ninguna ley, ni consultado a nadie, él solo podía haberse desembarazado del franquismo, como se desentendió de los duques de Palma, y no lo hizo; y el título nobiliario, creado para ensalzar a la familia que subyugó y desvalijó España durante casi 40 años sigue vigente. Sin embargo nadie dice nada, nadie protesta por semejante actitud. Seguimos siendo el mismo pueblo oscuro y sumiso que se volvía loco de contento cuando el señorito de turno, desde su coche de caballos, se dignaba a darle la mano a alguien, cuando antes lo había machacado a impuestos.

El problema real de nuestro monarca es que ya se ha inclinado por una parte de la población española, despreciando a la otra parte. Cuando se dirigió a la nación, después del referéndum catalán del 1 de octubre, ya se decantó con claridad. El rey en ese momento ofreció sólo su mano a la derecha, y no para defender el orden y la Constitución, sino para alejarse del diálogo que solicitaba una mayoría de los españoles, cuando para solucionar el conflicto de Cataluña se pedía actuar con la palabra y no con la fuerza.

Al final vemos que a nuestros reyes lo único que les preocupa es salir guapos, elegantes y sonrientes en las fotos con sus hijas, dar una imagen de familia perfecta (que, como sabemos, no lo son ni de lejos) y seguir manteniendo las mismas prebendas de las que gozaron sus antepasados; y Felipe VI, que debería reinar para toda España, está claro que sólo lo hace para una mitad.

España sigue siendo sumisa y condescendiente, un pueblo de charanga y pandereta, porque parece que lo único que nos interesa es la fiesta, de la misma forma que sigue instalada en nuestro semblante la picaresca. Así nunca saldremos del ostracismo, la pobreza y la miseria, pero tampoco nos podemos quejar de nuestra suerte, pues es lo que con nuestros votos y nuestra actitud estamos promocionando.


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