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José Manuel Pedrós García

Libertad y libertades

Viernes, 06 Septiembre 2019 11:58

Durante un par de días del pasado mes de agosto (las noticias son en la actualidad así de efímeras) se produjo cierto revuelo a nivel nacional al permitir el Ayuntamiento de Barcelona que las chicas que quisieran hacer topless en las piscinas de la ciudad, lo pudieran hacer con total libertad, y envió a los centros municipales con piscina un informe de la Oficina per la No Discriminació (OND) que recordaba que el «topless» debía permitirse en todos sus espacios, tanto públicos como privados, porque no hacerlo representaría una práctica «discriminatoria», al fijar normas de vestimenta en función del género.

También, con anterioridad, en Euskadi, se permitió el nudismo en ciertas piscinas. Concretamente, el 27 de febrero de 2000, y tras unas costosas negociaciones con el Ayuntamiento de Bilbao, la piscina de Artxanda se convertía en la primera piscina con horario naturista de Euskadi; aunque parece que esto había pasado más desapercibido y todo se concentra en la actualidad en aquello que se permite o se prohíbe en Cataluña, como si ello fuera un fiel reflejo de la «guerra» abierta desde hace un tiempo entre los independentistas y los no independentistas (o constitucionalistas, como se declaran ellos para que sus ideas tengan más arraigo popular), guerra que se ha extendido al resto del país, quizá para centrar el foco de atención en este problema puntual de Cataluña, eludiendo así entrar en el resto de problemas (sobre todo en el de la corrupción), que seguramente son más importantes que la pretendida escisión de un territorio que se ha considerado históricamente marginado o subestimado por el resto de España.

Pero centrándonos en el tema del topless en las piscinas, y en esa parte de la población que se rasga las vestiduras pensando que esto ataca de lleno a la moral (quizá sea sólo a «cierta moral», o a la moral cristiana, retrógrada la mayoría de las veces), se me antoja, aunque no tengo datos para corroborarlo, que estas personas a las que les parece mal esta práctica, y desearían derogarla, son las mismas que después exigen libertad para que quien quiera ir a las corridas de toros o a los «mal llamados» festejos taurinos lo pueda hacer sin ninguna reserva. O sea que exigimos libertad para aquello que nos conviene, aunque para otros sea denigrante, y queremos prohibir aquello que no ataca la libertad de nadie, pues el que una señora vaya o no vaya en topless debe ser algo que ha de decidirlo sólo ella, mientras que en los festejos taurinos se ataca la libertad y la vida de un animal al que nada se le ha consultado.

Como siempre, defendemos lo que nos interesa y criticamos (o incluso agredimos) aquello que no entra en nuestros cabales, aunque los cabales de muchos habría que revisarlos, pues se me antoja que están por debajo de lo mínimo exigible; y que nadie quiera ver en estas últimas palabras una ofensa hacia un determinado sector de la población, pues para mí todo aquel que peca de intolerancia, todo aquel que no respeta las ideas adversas, todo aquel que emplea un vocabulario soez para desprestigiar a los que no están de acuerdo con sus ideas, o todo aquel que emplea la violencia para atacar a sus adversarios, todos esos, deberían utilizar los mecanismos que la sociedad les ofrece para —como se dice coloquialmente— «hacérselo mirar», es decir, recapacitar sobre sus actos y encaminar sus palabras por el sendero del diálogo.


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Modificado por última vez en Viernes, 06 Septiembre 2019 17:20

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