Curso escolar finiquitado

Lunes, 08 Julio 2019 19:14

En condiciones normales, si todo hubiese ido según los previsto, el día 31 de agosto de 2019 terminaría mi vida profesional y acabaría mi condición de funcionario docente, pasando a cobrar de la mutualidad de tal, ya como jubilado. Por tanto, este curso escolar 2018-19 hubiese sido el último; ahora mismo (pese a lo que digan los docentes de la pública) me encontraría de vacaciones de hecho, como el 90 % de ellos, y me encontraría de cenas y comidas, alternando con la ordenación de los recuerdos. Aquello que comenzó en 1985, y que me llevó al Puerto de Sagunto desde el 1 de septiembre de 1977, en el siglo pasado, en donde hubiese acabado. No pudo ser.

Este curso escolar finiquitado ha sido de todo menos bueno. De escaso aprovechamiento. De raquíticos o nulos avances para una enseñanza democrática (creo que se ha retrocedido) y respetuosa con los derechos a los que se venía a auxiliar; protegida de intereses externos, y vacunada contra las hipotéticas novedades pedagógicas, los gurús, las acometidas buscando réditos, y los experimentos líquidos y gaseosos. De mantenimiento de los privilegios de concertados y privados. De la desigualdad real, continuando la enseñanza pública siendo el patito feo del cuento. Del galimatías legislativo, el desbarajuste, la rectificación resolutiva. De las mil lenguas y ninguna era buena. Del aumento de la burocracia y la tardanza en resolver, pese a tanto adelanto informático. Del mantenimiento, todavía, de barracones y amiantos. De órganos cada vez más callados, silenciados y silenciosos. De la Evaluación menos creíble. De la formación menos formativa, de mero trámite. Del aumento del acoso escolar y del profesor quemado. Por no seguir.

Ha coincidido, además, con el fin de Legislatura, y por tanto, con cuatro años en el que el devenir político, los socorros mutuos, los cambalaches, colocaron al Sr. Marzà -ese nacionalista prepotente y sectario- haciendo tándem con el Sr. Soler -socialista dócil y comodín-, ambos sindicalistas al frente de la Conselleria de Educación y añadidos, con un presupuesto a ejecutar, pese a la financiación “injusta” (dicen) de cinco mil millones. Que junto al resto de peones colocados, los colaboradores necesarios, los callados tácticos, los subvencionados, los pactistas, etc., han venido, ejecutando unos, y tapando otros, políticas alejadas de lo que de ellos se esperaba, convirtiendo la gestión en un fiasco. Han provocado miles de enfados, desasosiegos e incertidumbres. Docentes malhumorados, dejándose llevar, rezando porque su suerte no empeorara. Lejos han quedado aquellas expectativas de cambio real, de avance significativo, de mimo a lo público, de reversión, de transparencia, de tacto, de comprensión, de potenciación frente a. Es verdad que el marco estatal condiciona, pero no les he visto batallar para su derribo o cambio, sino que más bien les he visto aprovecharse de él, recurriendo al mismo cuando pintaban bastos, para justificar lo injustificable. En fin: han sido rectificados en los juzgados más de treinta veces. ¿Qué ha habido más plantilla? Quizá. Pero a cambio de precariedad, de contratación en Fraude de Ley, de menor retribución salarial real. La red de libros, el plan Edificant, las unidades de 2 a 3 años, y otras realidades vendidas como motos y panaceas, no permiten, por el espacio, abordarlas aquí y ahora. Y de nuevo, los deméritos de otros les vuelven a colocar al timón de la enseñanza pública en la CV. Repiten.

Mejor ha sido, visto lo visto, que no se haya aprobado una nueva Ley de Educación de la Comunidad Valenciana. Ni un nuevo ROFC (Reglamento Orgánico y Funcional de Centros). Ni una nueva Ley de la Función Pública. Todo puede ir a peor.

Y concluyo. Espero, desde ahora en adelante, ser más regular en esta columna -dejando la mentalidad de blog- y ajustándome al concepto de columnista: un folio, una idea. Y como definía a la misma González-Ruano (citado por Emili Piera), intentar que sea «una morcilla con los extremos bien atados dentro de la cual puedes poner cualquier cosa». Llegar a escribirlas como Julio Camba (sencillez), Paco Umbral (corrosivas), Juan José Millas (certeras y con cierto humor), Rosa Montero (reivindicativas a favor de los olvidados), el mismo Emili Piera (enriquecedoras en los términos), y mi director, Ignacio Belzunces (por ejemplo, en la última suya, aquí al lado, poniendo a un tío grandullón y vividor del cuento, en su sitio) se me antoja una quimera que ni intento. Pero que me servirá de esfuerzo, aprendizaje, mejora... ahora que me jubilo. Nunca es tarde... si tienes maestros.


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