Ecuanimidad

Viernes, 28 Junio 2019 14:56

A menudo hay una diferencia importante entre lo que una persona piensa, lo que cree —o lo que dice que cree— y su forma de actuar posterior. Esto es algo que estamos muy acostumbrados a ver en la clase política. Durante la campaña electoral, todos los programas de gobierno son magníficos, pero después, a los que salen elegidos les cuesta cumplir todo lo que han prometido; y si cumplen una parte, por lo menos, ya es algo, lo malo es cuando nos dicen con toda desfachatez: «Lo que llevábamos en nuestro programa no lo vamos a poder cumplir, vamos a tener que hacer todo lo contrario, porque la situación actual no es la que habíamos pensado que existiera», y esto que transcribo no es una fantasía mía. Si tenemos un poco de memoria, recordaremos que esas, u otras muy parecidas, fueron las palabras que Rajoy pronunció nada más ser envestido como presidente del gobierno, lo que demuestra que se habían informado muy poco —o nada— de cómo estaban las cosas, antes de elaborar su programa; o bien nos había engañado a todos de una forma miserable, y lo único que pretendía él y todos los de su cámara era llegar al poder, fuera como fuese y costara lo que constase.

Otra cosa que define a nuestros políticos, aunque no sé si eso mismo se dará también en otros países, y esto está enlazado con lo anterior, es el tema de con quién pactan para asumir responsabilidades de gobierno y con quién no; y lo que ocurre es que el votante de a pie ofrece su voto a una determinada formación política, y después resulta que quien se beneficia de ese voto es alguien que está en la antípodas de nuestra ideología, o es alguien que no es, precisamente, de nuestro agrado. De nuevo nos engañan, y se quedan tan frescos.

Pero estas cosas no ocurren sólo entre la clase política. Los demás no podemos echar balones fuera, para irnos de «rositas», y no admitir ningún tipo de compromiso en nuestros actos. Todos los ciudadanos de a pie tenemos muy buenas ideas, muy buenos propósitos (en el supuesto de que los tengamos), pero después, el día a día nos demuestra que no actuamos en función de lo que cacareamos, y eso no es actuar de una forma ecuánime. Lo equitativo, lo justo, lo objetivo, lo razonable, lo íntegro, lo honrado son a menudo adjetivos que todos llevamos en nuestro equipaje, pero que no salen al exterior. Exigimos a los demás, eso sí, todo lo necesario y más, y cuando algo de lo que habían dicho que iban a cumplir no lo cumplen, les pedimos responsabilidades, como suelen hacer los políticos con todos esos otros que tienen enfrente, que al menor resquicio piden enseguida la dimisión del gobernante de turno; pero después no actúan de la misma manera con ellos o con sus correligionarios, y tienen argucias suficientes para salirse por la tangente.

Aquella frase bíblica que decía: «Por sus obras los conoceréis» no solemos aplicárnosla en este mundo material y egoísta, en el que todos luchamos por sobresalir más que el que tenemos a nuestro lado, a costa de lo que sea; y los valores que nos han enseñado, si es que nos los han enseñado, los tenemos arrinconados en un oscuro desván de nuestra memoria sin saber si algún día llegarán a ver la luz.


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