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José Manuel Pedrós García

Reflexión

Viernes, 21 Junio 2019 15:00

Dicen que las personas normales necesitan a menudo demostrar su afecto a las mascotas que poseen. Las personas inteligentes socializan mejor con amigos y conocidos, a los que aprecian, y con los que comparten vivencias. Los que son muy inteligentes se encierran de vez en cuando en el silencio para desarrollar su creatividad o su talento; pero los genios viven en su mundo, abstraídos por completo de aquello que les rodea, y dedicados a la meditación y a la investigación de las causas nobles que pueden enriquecer su condición, engrandecer su persona y mejorar la vida de aquellos de los que se abstraen.

Sin embargo, me aventuro a decir que estos últimos suelen ser los más infelices, aunque, en realidad, todo esto es una aventura: El riesgo que supone adentrarse en el pensamiento y en la psicología humanas sin demasiados elementos de juicio.

¿De dónde he sacado todo esto? No lo sé. ¿Estoy seguro de que esto que digo es cierto? Tampoco lo sé. Puedo decir, no obstante, que estas afirmaciones tan drásticas no son algo que me haya inventado yo para crear unos titulares polémicos. Unos titulares que seguramente a los animalistas les pueden parecer denigrantes, por considerarlos a ellos en la escala más baja; pero no es así, he dicho que «las personas normales necesitan a menudo demostrar su afecto a las mascotas que poseen», y creo que no hay en esta vida nada mejor que considerar a una persona «normal».

Hay una o varias escalas inferiores, y en ellas están todos aquellos que maltratan a los animales; los que consideran que los seres humanos somos superiores a ellos, cuando, en realidad, sólo hemos desarrollado más la inteligencia; los que piensan que todas esas fiestas tradicionales en las que se «matan» animales las hemos de conservar porque forman parte de nuestro patrimonio cultural; y podría añadir casi un interminable número de etcéteras, porque en nuestro mundo somos tantos, y con criterios tan diferentes, que a menudo pensamos que lo nuestro es lo mejor, y que nuestras ideas son las más acertadas. Sin embargo creo que no es así. En más de una ocasión he hablado del respeto que debemos tener hacia las ideas adversas, aunque esto sea una mera teoría y después, la práctica, sea diferente. Pero por encima de ese respeto hacia las ideas de los demás —o al menos en un plano paralelo— debería estar siempre el saber identificarnos con nuestro entorno, ensamblarnos con él, y pensar que nosotros, como raza animal, no somos superiores al resto de los seres vivos. Hay muchas historias que podemos ver a diario en las que se contemplan escenas de verdadera solidaridad entre animales de diferente especie, y en alguna de estas historias se relata el compromiso de muchos animales (sobre todo perros) con sus dueños, que son capaces hasta de dar su vida por defender la integridad física de sus amos; y si los animales nos están dando a diario ejemplo de honestidad y afecto, por qué nosotros, que nos consideramos animales superiores, no somos capaces de actuar de una forma similar.

Al final, creo que solo los genios pueden estar en condiciones de marcarnos el camino a seguir, para que la vida en nuestro planeta sea cada vez más digna, aunque eso lo hagan a costa de su infelicidad; infelicidad que atraviesan al ver que el resto de los mortales no somos capaces de defender ni siquiera nuestros propios intereses.


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