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José Manuel Pedrós García

El lenguaje

Viernes, 10 Mayo 2019 16:22

No hace mucho leí, no recuerdo dónde, algo que, más o menos, decía: «Cada cual es responsable de las palabras que elige y utiliza, aunque en ocasiones se deslizan expresiones que conllevan determinados peligros». Es cierto que muchas veces no empleamos las palabras más adecuadas en nuestras conversaciones, o en nuestros escritos, lo cual puede ofrecer un riesgo. Todos, evidentemente, somos responsables de nuestros actos y de nuestras palabras; pero el vocabulario es muy amplio, y si a veces ofrece una gran precisión, otras, en cambio, es muy ambiguo, y es aquí donde utilizar una palabra u otra puede ser o no lo más adecuado.

Todo esto, sin embargo, no tiene mayor importancia cuando se hace de una forma que no es deliberada, cuando a uno se le escapa sin querer algo que no quiere decir, y esto nos ha ocurrido a todos alguna vez. Pero a veces queremos tener un control de la lengua, que podemos deformar, para, así, modificar y controlar el pensamiento de los demás, y esto estamos muy acostumbrados a verlo en determinados políticos, que, como en la pasada campaña electoral, han utilizado las palabras como arma arrojadiza con la que herir sentimientos y sensibilidades, y con las que batir al enemigo para desplazar la intención de voto de los ciudadanos.

Hemos de defender a capa y espada la libertad de expresión, la libertad de pensamiento y cualquier otra libertad, entre las que está, por supuesto, la libertad de voto y de elección. La lengua castellana es muy rica y muy compleja, tiene una enorme cantidad de sinónimos, y conocerla a fondo y emplearla con precisión es algo que dice mucho en favor de quien la conoce y quien la emplea adecuadamente, sin tener miedo a ninguna de las palabras que nuestro Diccionario recoge, pues no hay ninguna palabra en él que deba ser prohibida, malsonante o proscrita, aunque a veces nos empeñemos en pensar lo contrario; pero después, lamentablemente, están aquellos que quieren imponernos lo «políticamente correcto», o las cursiladas desmedidas con las que algunos pretenden adornar ciertos escritos pseudopoéticos. Pero hay también ocasiones en las que se introducen de una forma furtiva o maligna expresiones peligrosas, que acaban creando ideas falsas, y retrocedo unas líneas atrás, para recalcar lo que, en este sentido, hacen muchos de nuestros políticos, sobre todo ahora que la campaña de las elecciones municipales está próxima.

Durante nuestra dictadura franquista era muy común que alguien acusara a algún enemigo, o a algún vecino que le caía mal, de haber atentado —por ejemplo— contra alguien del Régimen, y esa acusación, aunque fuera infundada, era suficiente para que se juzgara y condenara a esa persona sin más pruebas que la palabra de su vecino o su enemigo.

Hay mucha frivolidad en las palabras que emplean algunos de nuestros políticos en las campañas electorales actuales, y algunos de esos políticos están actuando, como en los dramáticos tiempos del franquismo, como hacían sus antepasados: acusando sin pruebas a alguien que más que un rival político, consideran el enemigo al que batir, o al que aniquilar, porque de esa manera se deshacen de alguien que le puede quitar unos votos importantes.


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