Autoridad

Viernes, 12 Abril 2019 13:22

Nuestros líderes políticos, sobre todo los de última facturación, aunque hayan sido elegidos democráticamente por las bases o por sus representantes, se me antojan que carecen de la autoridad necesaria para ocupar el cargo que ostentan; por lo menos de esa autoridad que no es sinónimo de superioridad o de verborrea innecesaria, sino de esa que supone capacidad para comprender los problemas de los demás, capacidad para empatizar con todos y capacidad para ponerse del lado de los más débiles o de los más necesitados.

Un líder político debería ser capaz de limitarse a detallar, dar a conocer y defender su programa de gobierno, y después cumplirlo a rajatabla, y si no lo cumplen que hagan como en Finlandia: dimitir el gobierno en pleno; pero estos líderes que tenemos ahora se dedican más a criticar al adversario que a exponer fórmulas para que la economía vaya bien, la sanidad sea universal, gratuita y pública, la educación llegue a todos los rincones, sin ningún tipo de fisuras y sin ningún tipo de adoctrinamiento, y todo lo demás (vivienda, trabajo, etcétera), todo eso que nuestra Constitución marca como derechos inalienables, se cumpla.

Sin embargo a nuestros políticos se les llena la boca diciendo que nadie debe salirse del marco de la Constitución, y que nuestra España plural debe seguir manteniendo su integridad y sus contornos, aunque después veamos que todos esos que hacen apología de ello sean los primeros en eludir lo más fundamental para que nuestra convivencia sea pacífica y los beneficios que la Constitución marca alcancen a todos sin ninguna excepción.

La autoridad no tiene nada que ver con el poder. El poder se puede ejercer a través del miedo, a través de los sables, con la imposición, con el terror… La autoridad, en cambio, es todo lo contrario. La autoridad se gana a través de la verdad, a través de la identificación con las necesidades de los demás, a través del trabajo permanente, para que todas las clases sociales sin excepción alguna disfruten de los beneficios que la naturaleza nos ofrece, de los beneficios de una economía social, en los que la distribución de la riqueza sea equitativa y no llegue sólo a las clases dominantes; pero nuestros políticos, todos ellos en general, no parece que estén mucho por la labor de ese reparto de beneficios, y el reparto lo hacen siguiendo unas prioridades que no merece la pena detallar porque todos las conocemos de sobra.

Parece que el que más eleva la voz tiene más razón, y que el que más habla es el que más hace; pero siempre se ha dicho que el que grita mucho es porque no tiene nada mejor que decir. Todos nuestros políticos deberían aplicarse en hablar poco y en hacer más, y sobre todo en decir lo que están haciendo y no lo que deben de hacer los demás. Es muy fácil criticar, como es muy fácil predicar, pero lo importante —como dice el refrán— no es predicar sino dar trigo; y los políticos parece que el trigo se lo guardan para ellos y para sus más allegados.


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