Valencia

Viernes, 22 Marzo 2019 14:07

Valencia es una ciudad de suaves contrastes. Los inviernos son apacibles, la lluvia no es frecuente y la brisa marina ofrece una tibieza melancólica que sólo el ímpetu del sol, que a diario nos contempla, es capaz de convertir en alegría. El verano, en cambio, es pegajoso, tórrido, sofocante, al menos en el interior de la ciudad, aunque la playa es otra cosa. Los turistas que llegan aquí, ávidos de sol y mar, se sacian tanto como lo hacen en sus mejores sueños. Podemos decir, por lo tanto, que es una bendición vivir aquí.

La Comunidad Valenciana podría ser una de las mejores comunidades del territorio nacional. Tiene un clima espléndido, una huerta admirable, está bañada por el Mediterráneo, y sólo ocasionalmente alguna «gota fría» inunda y destroza en el otoño campos y poblaciones.

Las Fallas, que acaban de concluir, ofrecen a turistas, valencianos y falleros, una fiesta única, una fiesta que está considerada como una de las mejores del mundo, y eso in-fluye también en el carácter alegre y festivo de los valencianos.

Podría ser un sueño vivir en un trozo de paraíso en el que las flores, la luz, la belleza y la alegría de sus gentes lo contagian todo; pero, lamentablemente, después está la política o, mejor dicho, los políticos, que todo lo abarcan con su presencia, que luchan por destacar en todas las fotografías y que están aquí para recoger su trozo de pastel.

No hace mucho leí una frase que decía: «Hay dos clases de políticos, los que roban descaradamente y los que no roban porque no pueden». Creo que no hay que ser tan extremistas. Todo el mundo merece el beneficio de la duda, y los políticos también; y debemos pensar que hay muchos políticos honestos, quizá escondidos en pequeños Ayuntamientos, en Diputaciones, no sé, quizá en el Congreso o en el Senado. Incluso seguro que hay políticos que hacen su trabajo por altruismo, de una forma desinteresada y sin cobrar nada, aunque esos son los menos, y si los hay, es posible que estén en política porque quieren reforzar su ego, mayor que el de la media, y necesitan el reconocimiento de sus conciudadanos. Si en último extremo, intentamos buscar alguno que, además, sea humilde, quizá tengamos que sacarlo de debajo de las piedras; pero lo que ocurre es que a los que son honestos se les oye poco, porque como sucede a menudo, unos se dedican a hacer, y otros se dedican a decir que hacen. Les pasa como a las nueces: las que más ruido hacen son las huecas.

Nuestra comunidad ha atravesado momentos de verdadera angustia política. Nuestros representantes más significativos se han dedicado a embellecer la ciudad, pero dejando a un lado lo verdaderamente importante: la sanidad, los barrios marginados, la escolaridad, la cultura, el trabajo (o el paro) de sus habitantes… Sólo las Fallas, las fiestas, los toros y todo aquello que atrae al turismo ha tenido cabida en las mentes de esos políticos que nos han estado gobernando barriendo, para ellos y para su partido, suculentas comisiones de todas aquellas empresas designadas a dedo para «engrandecer la ciudad». ¿Engrandecer el qué? Lo primero son las personas, y lo más importante es la calidad de vida que esas personas puedan tener. Lo demás es secundario, es sólo querer aparentar; querer que resplandezca la fachada cuando el interior está en ruinas; querer que los que vienen de fuera puedan decir: ¡Qué ciudad más bonita, qué comunidad más espléndida!, pero eso a costa del endeudamiento y el empobrecimiento de todos sus habitantes.

No sé si todo esto es, o puede ser, un sentimiento común. No sé si los valencianos tenemos la suficiente capacidad para determinar qué políticos llegan con cantos de sirenas, para encandilar a los votantes, y qué políticos son los verdaderamente honestos y, dada su modestia, no podemos realmente descubrir; pero sí sería importante que nuestro sentido común se alejara de algarabías, fiestas, fallas y toros, de todo lo pomposo y superficial, que está bien, pero que no es fundamental ni prioritario, y apostara por lo verdaderamente preocupante.


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