Gente tóxica

Viernes, 08 Marzo 2019 18:20

Hay personas que se creen en posesión de la verdad absoluta, a los que nada se les puede discutir, ni siquiera con buenas palabras, porque enseguida te replican, y te dicen que estás coaccionando su libertad a expresar lo que piensan o lo que sienten, y que incluso cuando les rebates sus tesis con lógica y argumentos razonables, te dicen que les estás insultando, intimidando, o algo similar. Son gente que siempre han de tener la última palabra, que argumentan y argumentan sin demasiado sentido, que se permiten el lujo —si de un lujo se trata— de emplear palabras soeces, que tienen espíritu de contradicción siempre, y que son capaces incluso de, si tú propones lo mismo que ellos, darle la vuelta a su razonamiento y decir lo contrario para hacerte creer que estás equivocado.

A menudo son gente estridente, que no se dejan aconsejar por nadie y que hacen caso omiso a las opiniones y a las recomendaciones de los entendidos en la materia.

Creo que lo mejor es no hacerles mucho caso, dejarles que se enzarcen en su dialéctica sin sentido, coreando a voces muletillas que se inventan para desprestigiar a aquellos a los que, sin ningún motivo, odian. O mejor dicho, odian sólo por el hecho de no pensar igual que ellos, o de no darles la razón en sus argumentos.

Los hay que están instalados en el poder, que se han subido a un pedestal del que no quieren bajarse y que se consideran poco menos que dioses, aunque sean dioses con pies de barro; pero también los hay que son intelectuales de pacotilla, gente con una cultura y una educación bajo mínimos, que se creen todo lo contrario; incluso tertulianos televisivos que opinan de política o de lo que se tercie, y que opinan cargados siempre de razón. Muchos piensan que son los mejores en su profesión y quizá, por ese motivo, se atreven a opinar de cualquier cosa pensando que sus ideas son las mejores, y que si alguien rumia lo contrario es porque no sabe lo que dice o porque es un testarudo.

No son capaces de hacer ningún tipo de autocrítica, pero sí son capaces de criticar todo lo ajeno, venga de donde venga. Les gusta ironizar de vez en cuando, pero cuando tú actúas de la misma manera y pretender seguirles la corriente, entonces sacan a la luz una flema de seriedad casi patética, y pretenden ser los más serios del universo y pensar que les estás tomando el pelo, cuando son ellos los que han iniciado la jugada.

Hablan y hablan sin dejar meter baza, interrumpen constantemente, pero ¡ojo! que no se te ocurra a ti interrumpirles, porque entonces reniegan, se enfurecen y te llaman maleducado, o aumentan el tono de su voz para apagar la tuya, lo cual demuestra que su única verdad es el tono elevado, y que confunden la fuerza de la razón con la razón de la fuerza.

Son gente tóxica, a la que es mejor ladear cuanto antes, dejar de ser sus amigos, y no contestar a sus desafíos ni a sus agravios porque al final te van a hacer perder los nervios, algo que ellos ya han hecho a la primera de cambio porque no son capaces de dominar su temperamento y su agresividad.

Cada día nos tropezamos con gente así. A veces incluso nos toca convivir con ellos porque forman parte de nuestro círculo amistoso o familiar. Son la cruz —dirían los más ortodoxos— con la que alguna divinidad, a la que le hemos caído mal, nos obliga a cargar.


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