De coronillas

Viernes, 01 Marzo 2019 16:57

Tengo que reconocer que la Iglesia Católica me lleva de coronillas, no lo puedo evitar. Soy ateo, pero eso no quiere decir que sienta ninguna clase de animadversión hacia los creyentes en general. Respeto las creencias de aquellos que tienen fe, creo que son personas que necesitan tener y compartir esas creencias, sentirse arropados por una comunidad de creyentes.

Respeto que la mayoría de la gente sienta esa necesidad. Sé, me consta, que dentro de sus comunidades hay de todo, pero lo que más abunda es la buena gente. Mantengo muy buena amistad con personas creyentes de todo tipo y conozco entre los de la religión mayoritaria, los católicos, muy buenas personas. Y no son pocos, abundan. Gentes solidarias, entregadas y capaces. También he conocido y conozco, con algunos me une una gran amistad, sacerdotes ejemplares, muy buena gente.

Pero cuando se habla de religión es inevitable hablar de poder. Resulta que en los lugares en que existe una religión única, o muy mayoritaria, siempre hay una Iglesia que controla y manipula el poder, pero no solo el poder sobre sus feligreses o adeptos sino también sobre la sociedad civil sobre la que se asientan. Y esto vale para todas las religiones, llámense sus cabezas Jomeini o Juan Pablo II.

Ocurrió que un día, entre Franco, Hitler, Mussolini y Pio XII nos ganaron una guerra a los españoles. Aquello sirvió para que, entre otras cosas, los católicos integristas se asentaran como nunca antes sobre el pueblo español. Es verdad que hace mucho que ocurrió, pero ellos mismos se encargan de que nada quede en el olvido porque no sueltan, ni aunque les den en el codo, sus prebendas: poseen riquezas como para matar de envidia a Amancio Ortega o a la Botín y no pagan ni un duro por ellas. Para esta gente no existen ni el IBI, ni Hacienda, ni impuestos, ni pagos, ni ley, ni… pero eso sí: consiguieron que su amigo Aznar les autorizase a inmatricular todo aquello que no estuviese antes debidamente registrado, como por ejemplo el campo de futbol o el frontón de cualquier pueblo y.. el colmo: nada menos que la Mezquita de Córdoba, que ahora llaman Catedral.

Lo que es tan grande como dicha catedral es su desvergüenza, pues de esta “adquisición” tampoco pagan el IBI, pero cobran la entrada de la que tampoco pagan el IVA. No hace falta ser anticatólico, ni ateo, ni comunista, ni pertenecer a cualquier otro adjetivo descalificativo de aquellos que tanto les gusta utilizar, basta ser una persona con un mínimo de vergüenza, o de ética, o de dignidad, para sentir repugnancia total y una “santa” indignación ante la codicia desenfrenada de la Iglesia Católica. ¿O no?


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