Alfas

Viernes, 08 Febrero 2019 14:11

Cuando hablamos del macho alfa, enseguida nos puede llegar a la mente, por ejemplo, la figura de Donald Trump, un personaje siniestro, malhumorado, embaucador, agresivo, mentiroso y déspota. Un ser que se cree por encima de los demás y cuya ideología piensa que no es discutible.

Parece ser que las últimas investigaciones, dentro del mundo animal, apuntan a una interpretación diferente del concepto, sobre todo cuando los sujetos están en cautividad. El «alfa» se entiende como un rango superior; pero en el mundo animal se relaciona con la reproducción, y surge dentro de grupos en cautividad, en los que no hay estabilidad y aparecen constantemente situaciones de competencia. Cuando se está en libertad, el macho alfa no necesita luchar para liderar a la manada, salvo que en un grupo haya varios machos y hembras, sin ninguna relación entre ellos, y pertenezcan a diferentes colectivos.

En nuestro mundo competitivo, donde hay una lucha constante por la conquista política, empresarial o social, a la persona dominante se le denomina macho o mujer alfa. Sin embargo, la psicóloga clínica y psicoterapeuta Neus García Guerra, habla de «falsos alfa», por ser antagónicos a los líderes que alcanzan el liderazgo sin violencia, sin mentiras y sin estrategias retorcidas. Si el comportamiento del alfa es típicamente agresivo, tajante y soberbio, y acostumbra a descalificar al otro para vencer en las discusiones, un líder natural no se impone, es el grupo el que le otorga el reconocimiento sabiendo que todos van a salir ganando.

Esa personalidad agresiva, que pretende dominar a los demás a costa de lo que sea, a menudo esconde, según muchos psicólogos, a seres que no están bien consigo mismos, que poseen carencias afectivas, traumas infantiles no resueltos, complejos y malestar interno; y pretenden imponerse a los demás para así poseer la «falsa creencia» de una superioridad, que no tienen por el apoyo de los demás sino por la presión y la intimidación ejercidas.

Esta actitud dominante, provoca que a largo o medio plazo, la gente se aleje de ellos porque no soporta su carácter ni sus veleidades; porque ser un líder no implica tener el derecho de cometer abusos sobre los demás, sino todo lo contrario: apoyar medidas justas y racionales, moderar controversias, con amabilidad, con alegría, sin ningún tipo de imposición y valorando todas las posible opciones para quedarse con la que mejor se acople a los derechos de la mayoría.

Una actitud más moderada siempre resulta, no sólo más atractiva, sino también más rentable, al menos desde el punto de vista político. Las instituciones, que regulan las normas del comportamiento de los individuos, lo saben (o lo deberían saber), porque al final son las personas las que legitiman el valor de las normas y han de respetar las leyes, para que la ciudadanía no se sienta rechazada por un poder que no le representa, y que sólo está ahí para obtener un beneficio propio, aunque, en la mayor parte de las ocasiones, el tiempo pone a cada uno en el lugar que se merece, y los que actúan con nobleza suelen obtener su reconocimiento.


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