El derecho al pataleo

Viernes, 21 Diciembre 2018 14:03

A menudo pienso en la «inutilidad» de esto que cada día hacemos los que nos dedicamos a escribir artículos de opinión, y pienso en lo inservible que puede ser, no porque nos lea más o menos gente, que eso es lo de menos, sino porque creo que nuestras palabras se diluyen en el aire, se evaporan, y no llegan a quienes deberían llegar, o si llegan, éstos (los que tendrían que sentirse aludidos) no les prestan la más mínima atención, o creen que esto va dirigido a los demás.

Todos sabemos que los políticos sólo están pendientes de los ciudadanos cuando necesitan sus votos, cuando están en campaña electoral, y todo es simpatía y saludos por doquier. Esto es algo de dominio público; pero una vez han conseguido sus propósitos y se han alzado con un porcentaje alto de las papeletas de las urnas, se olvidan por completo de todos esos que han confiado en ellos y se dedican a hacer la política que más les interesa, la mayoría de las veces una política ajena a los intereses de los ciudadanos. Y velan por los más cercanos, por esos a los que tienen a su lado, por los que son afines a sus ideales y se prestan a adular a los que están en el poder, olvidándose por completo de los demás.

Todo esto lo vemos a menudo en nuestros políticos, y no sólo lo vemos en la política nacional; y todo eso que ellos han criticado cuando estaban en la oposición lo hacen —y ampliado— cuando están en el gobierno; y esas críticas que han denostado cuando estaban en el gobierno, pensando que es muy fácil criticar pero muy difícil gobernar para todos, al pasar a la oposición las aumentan, y las aumentan no sólo en intensidad sino también en «calidad», aunque esta palabra no demuestra en absoluto la mezquindad que algunos pueden llegar a tener, acusando de una forma, más que irreverente, a aquellos que actúan como ellos lo hicieron en sus mejores tiempos.

En fin, parece que la política nacional es sólo eso: La crítica despiadada de una oposición, que siempre se ha creído en posesión de la verdad absoluta y que cree que le han robado el gobierno por una extraña confabulación de grupos dispares, a los que acusan de chavistas, golpistas, separatistas, terroristas y todas las lindezas que se les pueden ocurrir.

Pero la política local no anda mucho mejor; y el gobierno actual gobierna para la ciudadanía elitista de la capital del Camp de Morvedre, y deja a un lado «el barrio del Moll», como muchos, en tono despectivo, llaman a «El Puerto», sin tener en cuenta para nada que el número de porteños es superior al de saguntinos, y que la riqueza y el progreso siempre se han generado en El Puerto y no en la ciudad de Sagunto. De hecho, todas las mejoras de este gobierno, que aplaude a los independentistas catalanes pero envilece a los segregacionistas porteños, todas las mejoras, como digo, que han propiciado, han ido encaminadas a engrandecer y hacer brillar la capital romana, olvidándose de todo lo que se descompone en ese barrio humilde que lucha por ser escuchado, un barrio que es casi el arrabal de Sagunto, en el que no hay un control municipal suficientemente exhaustivo, que carece de planes urbanísticos concretos y de programas para la rehabilitación de edificios históricos (porque en El Puerto también los hay), y cuya organización ha estado vinculada casi en exclusiva a las iniciativas de la población.

Al final, como se puede ver, lo único que nos queda a los ciudadanos es el derecho al pataleo, pero esto, en realidad, ¿nos sirve para algo?


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