La vieja política, esa a la que tan acostumbrados estamos los españoles desde que desapareció la dictadura y empezamos a pensar que la libertad, que tanto habíamos deseado, iba a ser para nosotros algo cotidiano, esa política, que tanto anhelábamos cuando los últimos coletazos del franquismo abofeteaban nuestras mejillas, es la que en la actualidad estrangula al ciudadano para abrillantar la incapacidad de los gobernantes y darles un aspecto más saludable.
Nos hicieron creer que no fue necesaria la intervención de las cuentas del Estado por parte de la Comunidad Europea, ni rescate alguno, porque el Gobierno español del PP supo hacer frente a una Economía en bancarrota. «No nos ha pasado como en Grecia —nos decían—, que Europa tuvo que hacer frente a la crisis de la deuda soberana, porque el pueblo griego no supo elegir a los gobernantes adecuados». «No, aquí ha habido un gobierno fuerte, un gobierno estable, capaz de sofocar la embestida de una crisis provocada por el gobierno anterior, que con sus políticas demasiado transigentes y benévolas nos ha llevado a esta situación». Pero ¿quién rescató la mala gestión bancaria? ¿Quién rescató el despilfarro de gobernantes y miembros de los consejos de administración? ¿Quién ha asumido los costes de la corrupción? ¿El gobierno de turno? ¡No! Hemos sido nosotros, los contribuyentes, con nuestros impuestos, con la congelación de las pensiones —o con la subida mínima—, con la bajada del salario medio, con la desaparición de muchas de las pequeñas empresas, mientras las grandes seguían teniendo unos beneficios, que en el último año llegaron al 39% de media más que el año anterior.
Ahora estamos gobernados por unos nuevos estadistas, que pretenden (según dicen), con sus políticas sociales, corregir el desmán anterior, pero ¿va a ser realmente así? ¿No estaremos hablando otra vez de la vieja política, con caras nuevas, rejuvenecida, pero con los mismos ideales y las mismas aptitudes? ¿Sería necesario un cambio radical? Démosle tiempo al tiempo, y observemos lo que acontece, pero estemos preparados, con el punto de mira de nuestros prismáticos cercano al poder. Preparados para inclinar la autoridad de nuestros votos hacia lo que la población realmente necesita.
