Aburrimiento político

Miércoles, 31 Octubre 2018 09:39

Aquí, en nuestro país, vivimos últimamente unos momentos convulsos, en los que no hay cabida para el aburrimiento político. Y hago un pequeño repaso cuando ya nos hemos olvidado de las vacaciones de verano: Todos los casos de corrupción del PP que propiciaron la moción de censura, y Pablo Casado, que ya se ve como el nuevo adalid de la derecha española; el PSOE de Pedro Sánchez, que quiere asegurarse la meta gubernamental (o ser el protagonista de la película) y siempre hay alguien dispuesto a ponerle la zancadilla; Ciudadanos, que también aspira, a costa de lo que sea, a estar en el palco principal, y ya parece que toma ejemplo del mejor Rajoy (Rivera dice una cosa y luego hace lo contrario); los de Podemos que se enzarzan entre ellos para determinar si es o no ético comprarse un chalet de 600.000 €, cuando antes se ha estado criticando precisamente eso de otros políticos, aunque de este episodio ya hace tiempo que se olvidaron sus militantes; los independentistas catalanes, que huyen al norte, pero sin tener en su mente ningún norte, más allá de la separación de esa España que siempre los ha maltratado tanto (disculpen la ironía). Y no cabe hablar de la política local, pues aquí, tan cerca de nosotros, no hay cosa que se empiece y que luego sean capaces de terminar los que vienen detrás, por creer que no merece la pena. En fin, algo que no tenemos superado, porque creemos que nuestras ideas son las mejores, y las otras, aunque lo sean, como vienen del adversario hay que defenestrarlas.

No cabe el aburrimiento. Todos los días tenemos algo de lo que hablar, aunque nunca seamos capaces de reconocer algo positivo del partido que está en las antípodas de nuestra ideología. Sin embargo, creo que ese dinamismo político no es bueno. Sería mucho mejor el aburrimiento, porque, al menos, sería una señal de que todo funciona bien. No sé si esto es propio de nuestro temperamento latino, aunque creo que una cosa es que la sangre esté siempre en ebullición, y otra muy distinta el que las cosas se hagan —casi siempre— no en beneficio de la comunidad, como debería ser, sino en beneficio propio, como es.

Ciertamente, se echa en falta ese aburrimiento político, esa frialdad que caracteriza a los nórdicos, donde no hay nada de qué hablar porque todo funciona con la perfección de un reloj suizo. Aunque quizá esto sea sólo una idea propia del desconocimiento de las políticas nórdicas, que se encuentran tan alejadas de las nuestras que, el no oír hablar de ellas, nos hace pensar que todo funciona bien, y ese dicho que dice que «en todas partes cuecen habas», es posible que se pueda aplicar en general, aunque si en un país no hay habas, pocas se pueden cocer, salvo que las importen, claro.

Bueno, no quiero meterme en más disquisiciones bizantinas, que sólo nos llevan a «enredar la madeja», o a «marear la perdiz», pero sí estaría bien que no tuviéramos tanto de qué hablar, porque todo funcionara bien.


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