El Puerto

Jueves, 11 Octubre 2018 12:43

«Nací cuando caían las primeras hojas del otoño».

Puerto de Sagunto siempre fue una población cosmopolita. Aquí a nadie se le trató nunca como extranjero (aunque lo fuera); a nadie se le miró por encima del hombro y no se dijo jamás de alguien que fuera forastero, porque no se le preguntaba de dónde era. Tampoco se le preguntó a nadie a qué venía, porque se suponía que venía a trabajar, que era a lo que todos llegaban aquí, y el trabajo siempre ha sido algo sagrado que a nadie se le debería negar.

Hace unos años, cuando el trabajo no escaseaba, todos venían a eso, pero incluso ahora que hay menos, y los puestos de trabajo casi se sortean, la gente que aún llega viene a buscar un porvenir laboral más o menos estable, un porvenir que les permita, a ellos y a su familia, una vida digna.

Para mí es un orgullo haber nacido aquí, en este cruce de caminos que mira al mar, como lo es el que mi padre y mi abuelo ya respiraran el polvo de la Fábrica. Sí, esa fábrica de hierro, que forjó nuestro espíritu y nuestra conciencia solidaria, que fue la que provocó, hace sólo un centenar de años, que esta población, apenas un barrio de pescadores, instalados en las faldas de la montaña dominada por el majestuoso castillo romano, donde la tradición siempre se ha respetado y sus habitantes, a diferencia de éstos, sí le preguntan a los forasteros de dónde eran, esa población (El Puerto), se multiplicara hasta convertirse en lo que es hoy: «Un pueblo en el que el más tonto es abogado». Así me lo dijo un día un agricultor de Faura (y ya se sabe que la sabiduría de los agricultores es inapelable), y me lo dijo aludiendo al espíritu de lucha de las gentes de aquí, a su capacidad para aunar criterios en favor de los más desfavorecidos, para defender las causas perdidas, y a su solvencia para perseverar por lo que es digno y les pertenece, como siempre fueron los puestos de trabajo.

Cuando el gobierno de Felipe González cerró los hornos ¿quién se pateó toda la península buscando firmas para que esto no sucediera?: Todas las mujeres y todos los hombres que defendían su puesto de trabajo con uñas y dientes, y eso no lo hace por ningún cliente ni el abogado más sagaz o más ingenioso.

Para mí es un orgullo también el haber estado siempre, de una forma directa o indirecta, vinculado a este pueblo y a esta tierra. Este pueblo en el que «nací cuando caían las primeras horas del otoño». Este es el primer verso del primer poema que recuerdo haber escrito, cuando apenas era un adolescente imberbe, un poema del que nada más recuerdo, pero que hoy he identificado —quizá sea algo de nostalgia, y el otoño tiene eso— y he relacionado con el pueblo que me vio nacer; ese pueblo de gente dispar, que siempre ha llegado aquí en busca de trabajo, el pueblo que se encuentra en un cruce de caminos que mira al mar, a espaldas de la ciudad a la que pertenece y le da nombre.


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