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José Manuel Pedrós García

La tumba del dictador

Viernes, 07 Septiembre 2018 11:28

Estos últimos días, y desde que el Consejo de Ministros decidió exhumar los restos de Francisco Franco, son muchas las «peregrinaciones» al Valle de los Caídos, donde se encuentra enterrado el dictador, unas —las menos— para exaltar su figura, y otras —una mayoría— por simple curiosidad, antes de que desaparezcan sus huesos de la basílica que se creó en memoria de las víctimas de la Guerra Civil, algo que, precisamente, Franco nunca fue.

Han sido muchas las declaraciones a favor y en contra de esta medida, y han sido muchos los políticos que han expresado su opinión. Ya sabemos… como siempre. Para la derecha no debe ser una medida urgente, y todo debe quedar como está (como ellos lo planificaron), aunque sí fue urgente que el ex ministro de Justicia Rafael Catalá, el mismo día en el que se decidía la moción de censura contra Mariano Rajoy, firmase la orden de sucesión del ducado de Franco a favor de Carmen Martínez Bordiú. La prisa, seguramente, era para que el ducado no desapareciese. Para la izquierda es inadmisible que un dictador, que secuestró las libertades de todos los españoles durante casi cuarenta años, se encuentre en una tumba que pertenece al Estado español, un país democrático desde hace 43 años.

Cada uno es muy libre de quedarse con la opinión que le parezca más oportuna, en función de su ideología o de su sensibilidad, pero la historia es como es, y si durante mucho tiempo sólo conocimos lo que escribieron los que ganaron la guerra, ahora conocemos otros datos y otras opiniones, que nos permiten valorarlo todo de una manera más imparcial o más objetiva.

Durante la guerra, como en todas las guerras, hubo víctimas en ambos lados, y en ambos lados se hicieron barbaridades, en la parte de los que defendían la República y en la parte de los que se sublevaron contra ella, por pensar que todo era un caos político y había que tomar medidas contundentes. Sin embargo, acabada la guerra, no tendría que haber habido ya más víctimas y sí las hubo, y muchas. Todas sucumbieron a manos de un verdugo, ese que lleva 43 años enterrado, con flores frescas siempre encima de la losa, bajo una cruz de 130 metros de altura. Aquí sería importante decir que «probablemente, los cristianos se caractericen por estar enterrados bajo cruces inversamente proporcionales a su fe, a sus creencias, a su sensibilidad, a su ternura o a su amor al prójimo».

Pero a todo esto habría que añadir una opinión que no tiene desperdicio, una opinión patética, a mi juicio, que le «rechina» a cualquiera, la de Francis Franco (nieto del dictador), que ha dicho, entre otras lindezas, y sin que le tiemble el habla, «el Gobierno ha tomado esta decisión, que yo considero oportunista, cobarde y revanchista».

Estoy seguro de que muchos de los fanáticos que aclamaron como rey a Luis Alfonso de Borbón (bisnieto del dictador y de Alfonso XIII) en su visita reciente al Valle de los Caídos, aplaudirán las palabras del nieto que ostenta con orgullo el mismo nombre que Franco. Sin embargo, a todas luces, y supongo que para cualquiera, la medida tomada por el Consejo de Ministros no es oportunista ni precipitada (ya se tenía que haber tomado al principio de la democracia); tampoco es cobarde, sinónimo de temeroso, vergonzoso o servil (el Gobierno la ha tomado sabiendo que tiene el respaldo mayoritario de la Cámara y de la población española); y mucho menos es revanchista (si así fuera no se le ofrecería a los familiares del dictador una tumba digna, sino que se esparcirían sus restos en alguna cuneta o se enterrarían en alguna fosa común. Eso, a fin de cuentas, es lo que hicieron con los masacrados los ascendientes de los que ahora alzan la voz reclamando «dignidad»).


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