Mártires

Jueves, 12 Julio 2018 17:01

Este verano he tenido la oportunidad de visitar el Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia, situado en la sierra del mismo nombre, que pertenece al término municipal de El Cabaco (Salamanca). Es el santuario mariano que está a mayor altitud del mundo, y en él tienen su aposento los padres dominicos, aunque en la actualidad sólo hay un sacerdote que, además, supera los 80 años.

El enclave es soberbio y para acceder a él se va ascendiendo lentamente durante 12 kilómetros, hasta alcanzar los 1.700 metros de altitud. El vértice geodésico de 1.727 metros sobre el nivel del mar (máxima altura de la Peña de Francia) está situado en la terraza superior de la torre de la iglesia. Es prácticamente inaccesible en invierno por la nieve, y el conjunto monástico tiene gran afluencia de visitantes durante los meses de verano, muchos de ellos peregrinos cristianos.

Todo esto son simplemente datos geográficos y religiosos curiosos e interesantes; pero una cosa que me llamó la atención del interior del santuario fue que en una de las paredes, y a través de unas fotografías enmarcadas, se ensalzaba la memoria de dos dominicos, Vidal Luis Gómara y Pedro Luis Luis, mártires —según se indicaba en su breve biografía— que murieron en 1936, a manos de algunos exaltados, cuando las trompetas de la contienda civil hacía poco que habían empezado a sonar.

La Iglesia católica siempre ha recordado la memoria de todos sus mártires, a menudo gente noble, pacífica y bondadosa, que murieron por defender su fe y sus ideales, y está bien que esto sea así. Estos y todos los que murieron durante la guerra y pertenecían al bando sublevado, siempre tuvieron su reconocimiento: en las fachadas de las iglesias, en el interior de algunos templos o, simplemente, en cementerios cristianos; pero también hay otros «mártires» que jamás han tenido ningún reconocimiento, abandonados en cunetas tras una muerte indigna, provocada sólo por pertenecer al bando de los perdedores, al bando de los que defendían el gobierno democrático que había salido de las urnas. Todos esos también tenían sus ideales, su familia y su fe, aunque sólo fuera una fe en la República, pero ni siquiera sus familiares más allegados saben con exactitud dónde pueden estar sus restos, porque al asesinato quisieron unir sus verdugos la condena del olvido; y estos merecen el mismo respeto, la misma consideración y el mismo reconocimiento que tienen todos los demás.


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