Comentarios políticos

Viernes, 22 Junio 2018 14:19

No sé si reír o llorar ante ciertos comentarios políticos, o decir, simplemente, «me da pena». Sí, me da pena de que no seamos ecuánimes, de que no seamos imparciales, de que no seamos objetivos, de que todo lo veamos desde la óptica del color de nuestro cristal.

Nadie —o muy pocos— (y yo soy el primero en entonar el mea culpa) es capaz de reconocer las virtudes de las políticas de aquellos partidos que son diametralmente opuestos a esos a los que ofrecemos nuestros votos. Somos subjetivos, y la mayoría de las veces nuestra ideología nubla la vista con la que observamos las ideologías diferentes a la nuestra. Me explico: Hasta ahora, la izquierda sólo veía los problemas de corrupción (que no es poco) en la que estaban envueltos muchos —demasiados— miembros «populares», y si alguna cosa buena habían hecho en Economía —por ejemplo— la eludían para centrarse en lo otro, en lo que importaba, en aquello que se podía abierta y razonablemente criticar, como la poca empatía con los asuntos sociales, el endiosamiento (¿qué político no se vanagloria de su posición y del poder que ostenta?), la falta de autocrítica, o la misma corrupción, tan generalizada.

Sin embargo, ahora que está la izquierda (o centro-izquierda) gobernando, tras la moción de censura, son los populares los que hacen una oposición feroz; porque si cuando están gobernando, hacen oposición a los demás, cuando están en la oposición ¿qué se puede esperar de ellos?

Todavía no ha pasado un mes desde que están en el gobierno los socialistas, y la prensa más radical —o quien sea— ya ha provocado la dimisión de un ministro. De acuerdo, había cometido una irregularidad (una infracción leve, según Hacienda), pero parece que ya la había saldado; aunque está claro que lo que había dicho Pedro Sánchez sobre la creación de empresas para eludir impuestos, le ataba al presidente, y no podía continuar el ministro en el cargo, al haber actuado con esa «picaresca». Dimitió, y asunto zanjado. Sin embargo, ¿cuántos ministros populares se han aferrado a su cartera para especular y aprovecharse de su condición?: Algunos. ¿Cuántos han dimitido a la primera de cambio?: Ninguno. ¿Cuántos han tergiversado sus errores hasta minimizarlos?: La mayoría (recordemos, por ejemplo, la tragedia del «Prestige»). Y esto mismo se puede extrapolar, por supuesto, a cualquier otro partido, nacionalista o soberano. Ninguno esta «libre de pecado».

El PSOE de Pedro Sánchez, que yo sepa, no ha pactado con los catalanes su independencia, es más, son los independentistas los que le acusan de no acercar su filosofía política a los sentimientos nacionalistas. Tampoco los de «Podemos» han recibido ninguna cartera, como se suponía —o como esperaban— tras apoyar la moción de censura. Y todo esto no es una defensa del PSOE, del que no formo parte, sino la defensa de un gobierno que acaba de llegar y hay que darle alas. Nunca estamos de acuerdo con las políticas que no representan nuestra propia corriente. Y todos nos agarramos a la yugular de nuestro adversario para desestabilizarlo, empleando muchas veces palabras soeces para ser aún más contundentes y más cáusticos en nuestras aseveraciones. Hasta los cristianos más ortodoxos (esos que tanto abundan entre las filas del PP), incluidos prelados de mitra, ínfulas y báculo, son incapaces de perdonar a sus enemigos, como decía el Maestro, y se muestran como los fariseos más despiadados.

Creo que es necesario un compás de espera. Hemos de dejar que las cosas fluyan, antes de criticar insaciablemente a los que aún no han empezado a gobernar; pero sobre todo, antes de anatemizar a los demás, deberíamos mirarnos en el espejo de nuestros propios errores.


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