La sabiduría

Viernes, 06 Abril 2018 13:50

Todos, en mayor o menor medida, creemos que la sabiduría estriba en tener una serie de conocimientos amplios y profundos que se adquieren mediante el estudio y la experiencia; poseer una formación y una cultura respetables; tener una o dos licenciaturas; hablar varios idiomas o tener, incluso, algún doctorado o algún «máster». En fin, una serie de sapiencias que nos distingan de los demás.

Sin embargo, la sabiduría es, en realidad, el «sabor a la vida», la facultad de las personas para actuar con sensatez, prudencia o acierto, y esto es algo que no se aprende en ninguna escuela, ni en la universidad, ni a través del estudio que un autodidacta puede realizar. Es algo que nuestra inteligencia debe aplicar a la experiencia propia, algo que debe desarrollar nuestro entendimiento para formar nuestra capacidad de reflexión, sacando las conclusiones necesarias que nos permitan distinguir la verdad, la justicia, lo bueno y lo malo.

La sabiduría debe ir unida a la moral, para dar individuos con buen juicio, entendiéndose a veces como una forma desarrollada del sentido común.

Los vocablos básicos que forman el concepto de sabiduría son el término hebreo «jokj·máh» (del verbo, ja·kjám) y el griego «so·fí·a», así como sus afines. También está la palabra hebrea «tu·schi·yáh», que se puede traducir por «trabajo eficaz» o «sabiduría práctica», y las palabras griegas «fró·ni·mos» y «fró·nē·sis» (de frēn, la «mente»), que se refieren a la «sensatez», «discreción» o «sabiduría práctica».

En la parte opuesta a «la sabiduría» tenemos «la necedad», y todos los vocablos relacionados con ella, como sandez, estupidez, tontería, majadería, bobada, simpleza, patochada, estulticia, etcétera, de los que no hace falta comentar nada, pues por si solos son ya bastante significativos.

En resumen, todos esos que admiramos por sus conocimientos, su erudición, su don de la palabra (o de la verborrea), sus licenciaturas o las lenguas que dominan, no son sabios por eso. Son sabios si le adornan la sencillez, la sensibilidad, la prudencia, el don de la justicia (que no se debe confundir con el de la legalidad) y la sensatez; y, precisamente, de todas estas cualidades carecen muchos de aquellos a los que les aupamos al pedestal de la sabiduría.


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