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José Manuel Pedrós García

Charnegos

Viernes, 29 Diciembre 2017 15:59

El pasado día 21 de diciembre una mayoría de los charnegos (el término ya no está considerado como un insulto, si lo fuera, me abstendría de utilizarlo) votaron en masa a «Ciudadanos». ¿A quién iban a votar?, pues a los suyos ¡claro!; pero los 36 escaños conseguidos (después del voto por correo) no son suficientes para desbancar a los independentistas, aunque la formación de Inés Arrimadas se uniera a la de Miquel Iceta y a la de Xavier García Albiol, que cosechó el mayor varapalo de la noche, algo que debería considerar seriamente el señor Rajoy, pues este resultado puede ser un indicativo de lo que podrían ser las próximas generales. Precisamente las formaciones más extremistas (el PP y la CUP), una por su empecinamiento en la aplicación del 155 y otra por la de declarar la independencia a toda costa, han sido las que más han recibido el castigo de los votantes, y esto es una muestra de lo que la población desea.

Está claro que los escaños independentistas son más que los constitucionalistas, pero el margen es tan pequeño que, si contamos el número de votos, la diferencia estaría a favor de estos últimos.

Esa norma de que unos votos valgan más que otros no parece muy justa, pero hoy por hoy es la que tenemos, y si los constitucionalistas se ciñen a la ley cuando les conviene, deben ceñirse también cuando les perjudica, siendo este resultado motivo suficiente para que hubiese un diálogo serio entre el gobierno de la nación y el que salga en Cataluña, sin ninguna premisa previa que marque alguna diferencia a favor de unos o de otros.

Ahora Albert Rivera tiene el poder suficiente para presionar a Rajoy a que anticipe unas generales. Siempre puede amenazarle con retirarle los apoyos —y los políticos están muy acostumbrados a las amenazas—. Se ve aupado por los votos y su euforia está en números verdes, pero no sé si puede confiar en los charnegos ajenos a Cataluña (en todas partes hay inmigrantes de otras latitudes, y en Madrid más que en ninguna otra parte), que pueden revocar sus ideas si no se cumplen las promesas hechas.

Sin embargo, respecto al tema de las promesas, sabemos que nadie las ha cumplido. Felipe González prometió 800.000 puestos de trabajo, y el número de parados aumentó bajo su gobierno; prometió no entrar en la OTAN, y sabemos lo que pasó después. Aznar prometió sanear la economía, y lo que hizo fue hinchar la burbuja inmobiliaria hasta su explosión; prometió acabar con el terrorismo, pero ¿cuál fue la consecuencia de apoyar la guerra de Irak?: El mayor acto de terrorismo islámico perpetrado en Madrid. El gobierno de Zapatero prometía ser de una dulzura sin límites, pero la crisis, y no reconocerlo a tiempo, trajo lo que trajo. Rajoy iba a ser el salvador de España, pero todas sus promesas, al día siguiente de alzarse con el poder, dijo que no las iba a cumplir porque Zapatero había dejado al país hecho unos zorros, y había que hacer lo contrario de lo prometido; aun así, y a pesar de bajar el salario medio hasta unos límites de pobreza extrema, mientras los dirigentes de su partido se enriquecían fraudulentamente con el dinero de las arcas estatales, los ingenuos siguieron votándole en la siguiente legislatura.

¿Qué vendrá ahora? ¿Votarán mayoritariamente la cohorte de charnegos (sinónimo de cándidos) dispersos por toda la península a la formación naranja? ¿Cambiaremos la derecha corrupta del PP por el canto de sirenas de los neoliberales, que prometen arremeter contra ella? ¿No tenemos ya bastante experiencia para saber que cuando alguien promete firmemente algo, después hace todo lo contrario? En fin, que Dios nos pille confesados, porque, o hemos perdido la memoria, o somos unos necios ingobernables; y que me disculpen todos los «charnegos» o «inmigrantes», que son de admirar (precisamente en El Puerto sabemos mucho de eso), porque sólo salen de sus tierras buscando un trabajo digno y una vida mejor, y eso es digno de elogio; pero a veces se dejan embaucar por los charlatanes, que les engañan como quieren.


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