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José Manuel Pedrós García

Arte y política

Viernes, 22 Diciembre 2017 16:49

En cualquier actividad artística, hay que ser un genio para poder sobresalir, aunque también hay que admitir que el arte —como todo— está manipulado por la publicidad, y ésta es siempre engañosa, pues crea unas expectativas que después no se corresponden con la realidad.

Es necesario reconocer que aunque se luche por despuntar, por hacer bien las cosas, por destacar en una materia en la que pocos culminan su proceso creativo, llegando a realizar algo sublime y original, de esos pocos, sólo algunos consiguen vivir holgadamente de su trabajo.

El arte siempre ha estado ligado a la desnudez del artista, y cada artista, a través de la música, la literatura, la pintura, la poesía, o lo que sea, expresa siempre, o tiende a expresar, sus inquietudes más íntimas, sus preocupaciones sociales, religiosas o políticas, sus fantasmas o sus traumas, quizá para, de una forma inconsciente, liberarse de ellos, mientras desnuda su interior. Creo que cada uno debe seguir siempre sus alarmas, sus ambiciones o sus desasosiegos más profundos, estar atento a ellos, y formarse en aquello por lo que siente más entusiasmo, sin proceder de forma opuesta a su ideología, sus pensamientos o sus gustos particulares.

No sé si esto es una justificación ante la falta de ingenio, pero la vulgaridad y la imperfección nos rodean de tal forma, que a menudo se convierten en nuestro bagaje más íntimo, y lo peor de todo es que convivimos con ese equipaje sin aceptar su ordinariez, pensando que se trata de lo más excelso, y dándole más importancia al enchufismo y a la corruptela que a la legalidad, la rectitud o la moralidad.

Sin embargo, nuestros políticos más representativos —fusiono arte y política como puntos opuestos, en los que la sinceridad se da en el arte y la cautela en la política— suelen ser con frecuencia, aunque no debo generalizar, unos individuos mediocres, cuya cultura y conocimientos están en muchos casos por debajo de lo mínimo exigible; pero se preocupan, con su excesiva verborrea, de aparentar lo contrario, de que no se noten sus carencias, y, sobre todo, de que su poder no se debilite y sus finanzas no se tambaleen; y aprovechan su tirón mediático para enriquecerse o para vivir de una forma, que, aunque sea lícita, es cuestionable moralmente. Y si esto es lo que envuelve a nuestra élite política ¿qué se puede esperar del pueblo llano, al que pertenecemos los demás? Sólo puede esperarse el contrapunto de los artistas, que desnudan su interior a costa de lo que sea, y cuya sinceridad, a veces aplastante, cáustica e impertinente, está por encima de lo que les puede reportar económicamente su trabajo, no teniendo ningún problema en denunciar todo aquello nefasto que los demás ocultan o ignoran. Ese contrapunto es, seguramente, lo único destacable.

Se podría decir, a modo de síntesis, que la política es el arte de enriquecerse y coquetear con el poder, aun admitiendo que algunos políticos puedan sentir su profesión, y su interés sea el de que los bienes y servicios públicos puedan alcanzar por igual a todas las clases sociales; y el arte es el gobierno de unos métodos, procesos y medios de expresión, usados para producir una obra, que aquellos que lo practican realizan aunque no obtengan ningún beneficio económico o no aspiren a la gloria ni al reconocimiento, aunque haya algunos que hagan del arte su profesión (algo totalmente lícito, y que debería ser lo habitual), viviendo cómodamente de ello sin preocuparse demasiado de sus ambiciones más altruistas o desinteresadas.


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