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José Manuel Pedrós García

Sinceridad

Martes, 05 Diciembre 2017 17:03

No sé si es bueno desnudarse demasiado, expresar tus deseos más íntimos o tus opiniones más enraizadas, hablar de tus pasiones, tus gustos, tu ideología, tus fantasmas o tus creencias. Al mismo tiempo, si en más de una ocasión todas esas personas que son tan extravertidas, suelen ser celosas de su intimidad, y les cuesta hablar de ellas mismas, todos los que son introvertidos —paradojas de la vida— pueden desnudar su interior sin llegar a sentir ningún pudor. Quizá sea eso una forma de abrirse, de expresar tus inquietudes más pueriles o más tiernas, para que, en el fondo, los demás te acepten, te respeten o te estimen. De cualquier forma, no creo que esto sea algo malo. Lo que sí pienso que es abominable es actuar con subterfugios ocultos y pretextos ambiguos, con los que se pretenden a veces ocultar actuaciones negativas, reprobables o condenables.
 
Creo que lo más importante es ser siempre sincero. Sincero con uno mismo y sincero con los demás, expresando aquello de lo que uno esté más seguro, o sienta como propio, aunque en algunos casos pueda estar equivocado, o aunque, a los ojos ajenos, se infravalore como persona o, en el extremo opuesto, se ensalce indebidamente.
 
Sin embargo, no hay que confundir la sinceridad con decir todo lo que uno piensa, y cómo lo piensa, como tampoco —a mi juicio— es buena la diplomacia extrema, que oculta a menudo una hipocresía camuflada bajo buenas formas.
 
Por ejemplo, con respecto a nuestro pasado histórico —y esto puede ser la justificación de algunos, es decir algo movido por la diplomacia del momento—, se dice que España no había participado en la guerra mundial porque había quedado maltrecha después de aquella contienda civil que separó a hermanos, enfrentó a vecinos, y las gentes, sin saber exactamente el motivo, lucharon en uno u otro bando, esto último, totalmente cierto.
 
Sabemos que los insurrectos aplastaron al régimen elegido por el pueblo —lo sabemos y lo he comentado ya desde este medio alguna vez—, y se impuso una dictadura férrea que no perdonó a los que habían defendido y luchado por la República, y «no perdonar es también sinónimo de guerra, de guerra dentro de la paz», lo decía alguien tan poco sospechoso como era Jesús de Nazaret. En base a esto, la realidad es que estuvimos en guerra hasta la muerte del dictador; y esto último, aunque parezca que nada tiene que ver con lo indicado en los párrafos previos, sí que tiene que ver con lo que indicaba «como personal», y como propio de todos los que pensamos de la misma manera.
 
También la justificación de no entrar en una guerra mundial, cuando al «bando nacional» le habían ayudado los fascistas italianos y los nazis alemanes, es una entelequia, que sólo tuvo cabida en aquellos que lo dispusieron. Pero bueno, todo esto es «pasado» y «conjeturas» que, aunque parezca lo contrario, influyen en nuestra política actual, pues sabemos quiénes son los herederos de los «nacionales» y quiénes los herederos de los «republicanos».

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Modificado por última vez en Martes, 12 Diciembre 2017 10:44

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