Huele a azahar...

Sábado, 23 Mayo 2015 18:14

Ya casi se había perpetrado el olor a azahar por las calles desnutridas del barrio mientras los vagabundos salían de los cajeros automáticos y se acoplaban suavemente en los bancos de las plazas. Si se cierran los ojos, estés en el sitio que estés, siempre da la sensación de encontrarte en medio de un campo de naranjos, hundiéndote en la tierra, porque hoy tocaba riego... ejerciendo de violador de olores cítricos y finales. Mientras, el calor se ha convertido en almíbar y se te pegan la camiseta y los sueños destartalados al pecho; a penas sigue tocándote con la yema de los dedos la noche; tanto descuidas la manera de andar que la gente se aleja de ti como un tren que no para ni en tu estación ni en la mía.
Con bastante frecuencia desnudaba con sus ojos a los carteristas de los vagones en los que viajaban todas las cosas que amaba profundamente; también hacía lo mismo con los delincuentes de capa y espada y a los culpables de que se le llenaran los ojos de besos por los portales de las grandes avenidas.
Y la noche se metía dentro de la noche, como tu vuelo suspendido en el aire, como un viejo sin ganas de vivir, escondido en el fondo del armario de sus años.
Por eso, porque ya casi se había perpetrado el olor de la flor del naranjo por los portales de madrugada, ya no salía de casa si no era para cerrar los ojos y verlo todo con su olfato: lo hacia por despecho. Recogía el suave perfume de las sábanas y lo buscaba como un perro por un radio de acción suficiente y visceral. A veces la encontraba enseguida; siempre fracasaba.
Y casi siempre desaparecía con las mismas ganas con las que me imaginaba la sombra de su falda lamiendo las aceras. Yo que creía que había nacido para abrochar sus descuidos o para plantarme en medio de sus primaveras como una sombrilla clara y obtusa.
Y casi siempre que la echaba de menos por la noche, acababa reconstruyéndola por los libros, pariéndola con fuerza, hasta que se hacía de día; y ya se había perpetrado del todo el olor del azahar por las calles desnutridas del barrio. Y en los cajeros ya no olía a personas sin casa: sólo se olía a dinero.


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