El resurgimiento del fascismo en España

Martes, 03 Diciembre 2013 17:38

Uno de los mitos que ha promovido la estructura de poder centrado en el estado español es que la dictadura que existió en España desde 1939 a 1978 fue un régimen autoritario pero no totalitario, distinción desarrollada por el politólogo Juan Linz, que ha tenido una gran influencia en la cultura politológica del mundo académico español, desde el que se ha extendido a los establishments políticos y mediáticos del país. Este autor dividió los regímenes dictatoriales en regímenes totalitarios, que promovían una ideología totalizante que intentaba cambiar la sociedad y a los individuos que vivían en ella, tal como -según Linz- lo hacían los regímenes comunistas, y en regímenes autoritarios, que eran regímenes que utilizaban el poder del estado para defender una estructura de poder mediante medios autoritarios, no democráticos, pero sin intentar cambiar la sociedad, careciendo de una ideología que la cohesionara y que intentara cambiarla. Según Linz, un ejemplo de ello fue el régimen liderado por el General Franco. Ni que decir tiene que los defensores y apologistas del régimen dictatorial español promovieron esta versión de lo que fue aquella dictadura, negando su carácter totalitario, portador y promotor de ideologías totalizantes.
 
Encuentro esta versión de lo que fue la dictadura profundamente apologética y propagandística, carente de credibilidad científica. Es importante señalar que España es uno de los pocos países en el que se conoce a aquella dictadura con el nombre de dictadura franquista. En la mayoría de países democráticos a esa dictadura, sin embargo, se la conocía y definía como fascista. Cuando, por ejemplo, el Sr. Samaranch fue a Atlanta, EEUU, para preparar los Juegos Olímpicos en aquella ciudad, el The New York Times se refirió a él como «el delegado de deportes del régimen fascista liderado por el General Franco».
 
El término franquista, utilizado en España, conlleva la asunción de que aquella dictadura fue un régimen caudillista, es decir un régimen liderado por un caudillo cuyo objetivo era mantener el orden social del país, lo cual hacía utilizando medios autoritarios. En este esquema, desaparecido el dictador, desaparece la dictadura. Ahora bien, el régimen era mucho más que caudillista. La ideología que sostenía aquella dictadura era una ideología totalizante, que se reproducía predominantemente a través del estado y que sobrevivió al dictador y a la dictadura. Esta ideología fue el nacional-catolicismo, promovido por los aparatos ideológicos del estado, que afectaba a la totalidad de la sociedad y a los individuos que vivían en ella, invadiendo incluso las esferas más íntimas de la personalidad de los españoles, que incluían desde el comportamiento sexual, al idioma y cultura mediante los que el individuo debía expresarse. El régimen imponía toda una serie de normas de comportamiento y de pensamiento. En realidad, fue uno de los regímenes con una ideología más totalizante que hayan existido en Europa.
 
El nacionalismo españolista era un nacionalismo extremo, de carácter racista (el día nacional se llamaba el día de la raza), sumamente excluyente, que estaba basado en una visión imperial del Reino de España y con una concepción radial del estado, centrado en Madrid, la capital del Reino. España era la única nación del país y la más antigua de Europa y tenía una misión civilizadora. Otras concepciones de España eran reprimidas y eliminadas, definiéndoselas como anti España. Este nacionalismo españolista estaba intrínsecamente ligado al catolicismo clerical jerárquico español, que era parte del Estado español. No es que la Iglesia apoyara la dictadura; la Iglesia fue un componente claro de la dictadura, hecho que la jerarquía católica todavía hoy niega a pesar de la enorme evidencia de lo contrario. Los sacerdotes estaban pagados por el Estado y el dictador nombraba a sus obispos. La hipocresía de la Iglesia, negando esta realidad, alcanzaba niveles hiperbólicos.
 
Los aparatos apologéticos del Estado –incluso ahora, los existentes en la llamada época democrática- negaron las características de aquel estado, siendo la máxima expresión de este aparato el Diccionario Biográfico Español  promovido por nada menos que la Real Academia de la Historia, que une a su ausencia de rigor científico una desvergüenza antidemocrática. Un gran número de sus capítulos solo pueden definirse como meros panfletos ultraderechistas que en muchos países democráticos estarían prohibidos o serían ampliamente rechazados.
 
Aunque estos volúmenes alcanzan niveles extremos de reproducción de esa visión nacional-católica españolista, el hecho es que esa ideología impregna a grandes sectores de la sociedad española. Cuarenta años de dictadura, seguidos de treinta y cinco años de una democracia enormemente limitada y supervisada por la Monarquía y por el Ejército, han imposibilitado el cambio profundo de esta ideología, que la derecha española (que, en el abanico de opciones políticas europeo, encaja en la ultraderecha) y personalidades de la socialdemocracia española como José Bono y compañía (entre otros) sostienen.
 
Declaraciones recientes de dirigentes españolistas reproducen esta ideología. Ejemplos: El Sr. Aznar sostiene que «España es la nación más antigua de Europa», el cardenal Rouco que «cuestionar la unidad de España es inmoral», el Sr. Bono que «a grandeza de España se basa en su unidad»y un largo etcétera. En estas declaraciones, la unidad implica una visión excluyente de España que no admite otro tipo de Estado plurinacional que no sea el actual mononacional.
 
Esta visión está alcanzando un nivel asfixiante con las medidas represivas que el actual gobierno del PP está imponiendo como la de multar con 30.000 euros a lo que un policía –la mayoría de mentalidad de derechas- defina como un insulto a España, medida altamente represiva que recuerda a la dictadura. Es el reavivamiento del fascismo que nunca nos dejó.
 
Una última observación. Este sistema totalizante se reproduce también a través de los medios. Existe hoy una dictadura mediática –sí, una dictadura mediática- que no permite la diversidad ideológica que debería estar presente en una democracia. Un ejemplo de ello es que este artículo no sería aceptado para su publicación en ninguno de los cinco rotativos más importantes de España. De ahí que tenga que pedirle al lector que, independientemente de su acuerdo o desacuerdo con su contenido, lo distribuya ampliamente, por mera coherencia con su sensibilidad democrática.
 
Artículo publicado originalmente en los diarios EL PLURAL y PÚBLICO y reproducido aquí con permiso del autor

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