Una transición 2.0

Miércoles, 23 Enero 2013 16:51

En el pasado Pleno del Ayuntamiento, hubo quien apuntaba hacia la transición política como el pecado original de nuestra democracia y se declaraba “rupturista”.
 
Yo me declaro radicalmente “transicionista”. La vida es transición y requiere flexibilidad, asumir y adaptarse a los cambios como algo natural. Se instaló hace años la idea, por otro lado cómoda, de que con la transición había llegado la democracia, de que ya estaba todo logrado, así que, la pusimos en un marco de plata y de vez en cuando le dedicamos una mirada. Y no basta. La transición debe ser constante, eterna, si queremos que nuestra democracia siga siendo útil y que los ciudadanos así lo perciban.

Denostar la transición me parece una ofensa a la democracia. Una ofensa a nuestros padres y abuelos. Una ofensa a quienes sufrieron la dictadura con represión o exilio. Una ofensa a las víctimas del terrorismo. Una ofensa al icono que, para mi generación, es la imagen de los diputados liberados en el Congreso tras el 23-F. Una ofensa a todos los españoles, que cedieron en su ideología, creencias o en sus historias familiares, para hacerle un hueco a la ideología, creencias o las historias familiares del vecino.
 
El perdón, la tolerancia, el dialogo y los acuerdos fluyeron hacia un proyecto en común que buscaba la democratización, europeización y modernización del país. Y lo logramos. Este proceso da fe de la generosidad, la grandeza y la altura de miras de todos y cada uno de los españoles y, también, de los políticos que en aquél momento eran sus representantes democráticos.

Si franquistas, comunistas, socialistas, centristas, liberales, demócrata-cristianos, nacionalistas, etc. se pusieron de acuerdo en mirar hacia el futuro en una situación de cambio de régimen, en un contexto social efervescente que incluía grave crisis económica y un terrorismo de ETA que desangraba a España. ¿Por qué no podemos hacerlo de nuevo?
 
Es tiempo de escuchar, analizar y proponer cambios a los ciudadanos que respondan a sus inquietudes y al bien común. También lo es de poner a cada uno en su sitio y de que quienes traicionen esa confianza sean apartados del sistema a través del propio sistema, es decir, con aplicación implacable de la ley y los tribunales.

Necesitamos volver a conectar con los valores de la transición, o mejor, una constante transición. Me declaro partidario de la reducción del número de cargos públicos, sean concejales, diputados provinciales, autonómicos, nacionales o senadores. De abrir la mano hacia procesos electorales con listas abiertas en la que haya más implicación con los ciudadanos-electores-representados. De que los vecinos puedan elegir a su alcalde directamente. De que la financiación de los partidos y sindicatos sea transparente, visible para los ciudadanos en cualquier momento, y que las subvenciones desaparezcan paulatinamente. De que las administraciones sean más flexibles y tengan una financiación de acuerdo con sus competencias. De un Estado de las Autonomías ágil, equitativo, solidario, próximo y útil para todos. Y de tantas y tantas cosas que hagan posible que los españoles se puedan sentir orgullosos, de nuevo, de su país, de su democracia y de sus políticos.

Sé que hoy suena a utópico y fuera de contexto. No va a ser fácil, ni rápido, ni sencillo. Mayor era el reto en los años setenta y se hizo. Enormes políticos y una sociedad hambrienta de luz y apertura lo consiguieron.
 
Hoy los esfuerzos políticos se centran en intentar resolver lo urgente, en resolver las preocupaciones de los ciudadanos con mayor o menor acierto, pero siempre con dedicación y compromiso. Nos esforzamos en combatir el desempleo y la crisis económica, en buscar fórmulas y proyectos para la reactivación de la economía vuelva a formar parte de nuestra vida. Además, sería irresponsable que no fuera así. La sociedad del bienestar hemos de reconquistarla, cierto que han sido necesarios importantes sacrificios, pero actuar en lo político y lo institucional es incidir en lo estructural y puede y debe coadyuvar a resolver problemas coyunturales.
 
Hemos de retomar los valores de la transición. No podemos dar nada por hecho, ni por conseguido, hay que hacerlo y conseguirlo todos los dias. Una nueva transición, una gran reforma es necesaria para adaptar la estructura institucional y política a un mundo que no para de rodar, a una España que manda un SOS y a unos ciudadanos ansiosos por reencontrarse con la tranquilidad en sus vidas.
 
Es nuestro deber con nuestros padres y con nuestros hijos legar una democracia mejor, que responda a las necesidades e inquietudes de todos los ciudadanos y, especialmente de los que hoy sufren. Las reformas políticas e institucionales pueden servir a este fin y a devolver la confianza de los ciudadanos en la política y en los políticos, como sucedió en la transición. El camino de la democracia no tiene fin y debemos andarlo todos los días.
Modernizar las instituciones y regenerar la política es una necesidad. Obama, en su segunda investidura, acaba de decir que " a los que manejamos el dinero público se nos pedirán cuentas para gastar con sabiduría, cambiar los malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día, porque sólo entonces podremos restablecer la confianza vital entre un pueblo y su gobierno." Amén

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