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Casas Baratas XXV

Escrito por Luis Ballester Moreno
Lunes, 20 Marzo 2023 12:42

Como el colegio no estaba autorizado, lo prohibieron, lo cerraron; así que esos niños se quedaron otra vez en la calle puesto que no había sitio para ellos en ningún colegio oficial. Así se escribe la historia. No solo eso, si no que como estos maestros no tenían la suerte de pertenecer a la parte agraciada con el sorteo de la pelea entre españoles, se quedaron sin trabajo, y por ende, le tomaron sus referencias para denunciar el caso a las autoridades competentes.

De pronto, Lucas volvió a la realidad. Sin apenas notarlo había pasado mucho tiempo allí tendido, así que reanudó su andar y se fue a casa. No tenía la intención de quedarse mucho tiempo en Australia. Él sabía que era un peligro asentarse allí porque a medida que te vas haciendo a aquello, vas olvidando a lo que habías venido y cada vez te cuesta más decidir la vuelta. Se encontraba bien; vivía en casa de su hermano y su cuñada lo admitía de buena gana. Jugaba con sus sobrinos y les servía de compañía pero en el fondo, se aburría. La forma de vida era muy distinta a lo que él estaba acostumbrado. Durante la semana era ir al trabajo de lunes a viernes y estar en casa o darte una vuelta por el club, y sábado y domingo o bien te ibas a bucear según hiciera el tiempo o a la ciudad donde sí había mucho ambiente y sitios donde divertirse pero al no ser tan juerguista como los amigos, tenía la sensación de que le faltaba algo. No es que no le gustara estar allí, todo lo contrario, si no que ese era precisamente el temor: que perdiera el motivo y la intención por la que fue a Australia.

Mientras ”rumiaba” sus pensamientos sin tomar una decisión durante algún tiempo, conoció a una chica. Simpática y muy agradable, nacida allí pero descendiente de italianos. Algo cambió, ya no tenía prisa en salir corriendo. Se divertían, lo pasaban bien, con una “charpita” de amigos que fue un acierto porque los había muy buenos y se les ocurrían formas de pasarlo bien sin meterse en líos ni follones. Un día nos fuimos a Queensland a un lugar que decían que se cogían grandes y buenas langostas y sin necesidad de sumergirse demasiado. Pues bien, nos equipamos lo mejor posible y nos plantamos allí. Ni que decir tiene que todos sabíamos bucear y que no era la primera vez que íbamos de pesca de este tipo, pero en estos casos siempre hay que tener mucha precaución. Tanteamos el terreno (mejor decir el agua) haciendo algunas inmersiones antes de tomarlo en serio y nos pareció prometedor. Éramos tres parejas y tengo que decir que las chicas eran tanto o más decididas que nosotros, -contaba Lucas-. Acordamos que bajaran uno y una y les tocó a Ruth y Henry los primeros. Tardaron un buen rato y ya nos tenían en ascuas cuando salieron con dos hermosas cigalas que se revolvían con fuerza, protestando de que las sacaran de su hábitat. Fue un día fantástico. No solo nos divertimos de lo lindo sino que además, habíamos cogido una docena de cigalas hermosísimas con las que pensábamos hacer una fiesta invitando a más amigos.

Me sentía bien, estaba a gusto y durante una temporada, me olvidé de si me iba de allí o no.- contaba Lucas-. Era verano y los días tan luminosos como son en Australia te invitaban a salir y divertirte, así que después de los deberes cumplidos, todo era irte con los amigos a lo que se propusiera hacer. Otras veces nos íbamos solos mi pareja y yo para romper un poco la dependencia del grupo y ese día, tanto ella como yo, nos sentíamos tan a gusto que decidimos hacerlo más a menudo. A Lucas se le estaban complicando las cosas y no le gustaba el giro que tomaban. Un día, viajando los seis desde Geelong a Melbourne en coche, tuvimos un accidente. Conducía el más inquieto de todos nosotros y aunque buen chico, era un poco loco. No lo hacía mal ni tubo él la culpa pero quizás le faltó serenidad para controlar la situación. La cuestión es que dimos una vuelta de campana como suele decirse, bueno no una, sino cuatro o cinco y dentro de lo malo, tuvimos mucha suerte porque aunque ocurrieron cosas, ninguna fue demasiado grave. La peor parada fue Gina, mi pareja: Conmoción cerebral y una pierna rota. Ruth un hombro fuera del sitio y una muñeca rota; Carla la otra chica, una costilla y la cara señalada con varios cortes; Henry un fuerte golpe en la cabeza y un brazo roto a la altura del codo; John el otro chico, que era quien conducía, solo salió con magulladuras y un golpe en un ojo, y yo,- contaba Lucas- la clavícula, dos costillas dañadas sin llegar a romperse y un enorme “chichon” en la cabeza.

Este acontecimiento, una vez pasado el primer susto y curadas las heridas, nos unió más e hizo que nuestra amistad fuera más firme y sincera, pero también, nos advirtió de que la vida vale mucho como para jugársela a la ligera.

Gina tardó más tiempo en recuperarse, pero cuando lo hizo, estaba perfectamente. Y los demás, también lo estábamos.

Lucas se planteó su situación. No quería jugársela a cara o cruz, debía actuar ya o cuando se diera cuenta, sería demasiado tarde. Se estaba acostumbrando a aquello y era hora de tomar definitivamente una decisión: o te vas, o te quedas. Y así fue. Habló con Gina; también con sus hermanos, visualizó su futuro y una vez todo en orden, se volvió a España.

Fin de la historia. ¿Continuará? Por ahora no. Pero……..

Luis Ballester Moreno