Casas Baratas XXIII

Escrito por Luis Ballester Moreno
Jueves, 02 Febrero 2023 17:51

Contaba también Mariano que en el sitio que estaban había tantas ratas que se comían las botas de los soldados mientras dormían, y una noche, una se metió en la olla donde se hacía el café y el cocinero no se dio cuenta, echó el agua y lo hizo como cualquier otro día. Así que cuando lo sirvieron empezaron muchos a ponerse enfermos y aquello parecía un manicomio. Alguno salió corriendo y todavía no lo han encontrado, decía. Otros tuvieron “Delirium Trémens” y soñaron cosas rarísimas. Uno contaba que había estado en un país donde todo eran ratas y que la reina era muy grande y muy hermosa, y que vio como los sirvientes le llevaban los manjares más ricos, y con mucho lujo en la mesa y que el plato principal era, Él mismo, con botas y todo. Luego, cuando despertó, se murió del susto. Bueno, no se murió si no que como estaba vivo en el plato, dio un salto y salió corriendo escapando así de ser comido. Bueno, Mariano sabía muchas historias, pero dejaremos algunas para otro momento.

Entre tantos recuerdos como le venían a la mente a Lucas, se acordó de aquellos días de verano en que en plena canícula, cuando la temperatura bien podía rondar los cuarenta grados y sobre la hora de la siesta, sonaba el pitido del “Helador”. Era un hombre que con un carrito y una barra de hielo y un raspador, vendía “Raspaos”. Con una manivela, sacaba de la barra de hielo que conservaba en un saco de esparto el raspado del hielo sobre un molde que le daba forma al helado y después lo rociaba con colores que sabían a fresa, limón, plátano y otros. Los chicos salíamos –contaba-, a comprar eso con unas ganas locas, siempre claro, que los padres les dieran los diez céntimos que valía. Solo pasaba una vez a la semana pero ese día, era especial para los críos.

Por entonces, había que hacer muchas cosas para poder comer, que demostraban el valor de muchas personas para buscarse la vida. La madre de Lucas hacía viajes a pueblos de la provincia de Badajoz como por ejemplo: Azuaga, Almendralejo, Berlanga y otros, a comprar alimentos que luego vendía y le sacaba un dinerillo para su casa, y en verano, lo principal eran melones. Cuando llegaba con esa carga de melones a su casa, era costumbre que los chavales del barrio, acudieran allí porque ya sabían lo que les esperaba. Y es que los melones que estaban un poco blandos o no aguantarían muchos días, había que comérselos. Así que los reunía a todos y aquello era un festín melonero. Allí estaban los “Marianitos”, los de la señora María, los “del salón” y muchos, muchos, pasándolo bien. Esperaban esas tardes como si fueran fiestas. Otras veces eran uvas, cerezas, sandías, pero el Rey era el melón.

A Lucas le inundaban los recuerdos. Cuantas veces él y sus amigos Manolo, Antonio y Fernandillo, salían de casa temprano y se iban a “los pinos” a cazar pájaros con tirachinas y lagartos con “cepos”. Ponían los cepos a la entrada de los agujeros (ya antes habían observado donde se metían) Y así al salir, caían en la trampa. Antonio era especialista en cazar pájaros, tenía una puntería endiablada; Fernando se encargaba de los lagartos porque lo hacía con mucho sigilo, Manolo se perdía por un riachuelo que discurría por allí a ver si cogía algún pececillos y algunas veces acertaba, y Lucas, estaba en todos sitios y en ninguno, sabía de todo, pero no sabía de nada. Luego en la casa de cada uno, al principio cuando vieron los lagartos las madres decían: -“a mi no me traigas esto, que asco” pero después de probarlos exclamaban: -¡huy! Qué bueno está-.

Por la zona de los pinos, muy cerca, pasaba el ferrocarril de vía estrecha y como tenía que cruzar la carretera que une los dos pueblos, iba muy despacio. Nos subíamos y llegábamos hasta la estación del cerro; unas veces nos bajábamos allí y otras seguíamos hasta las minas de “el Antolín” –decía Lucas- Ni que decir tiene que viajábamos sin billete, y más de una vez nos vimos en apuros, pero en esa línea, le tocaba muy a menudo de revisor a un vecino nuestro, y aunque de mala gana, pero nos sacó del atasco diciéndonos muy serio que en la próxima, nos denunciaría a la guardia civil. Aquel tren, que pasaba a unos setecientos metros aproximadamente de donde vivíamos, tendría mucho que ver en la historia y vida de muchos de los vecinos de aquella barriada; unas veces para bien, y otras no tan buenas. Nacía en la estación de “La Ancha”, (una gran estación receptora de muchas mercancías procedentes de Andalucía y con destino a Extremadura y con muchas ramificaciones a otros puntos de España) y moría también allí después de hacer un recorrido que le llevaba hasta Puertollano (Ciudad Real) y más tarde se extendería hasta Fuente del Arco. Había tren de viajeros pero principalmente era de mercancías y casi el cien por cien, carbón de la cuenca minera de Peñarroya- Pueblonuevo en la provincia de Córdoba. Ese era el tren que se describe al principio de esta historia. Alguna vez pensaba escribir algo sobre las cosas que recordaba de este tren, -decía Lucas-.

En cuanto a “La Ancha” como digo, era una gran estación y con mucho movimiento de trenes y mercancías. Se le llamaba así por ser naturalmente de vía ancha como en general en todo el territorio nacional y fue muy importante en aquellos tiempos. Recuerdo muy bien-decía Lucas- cuantas veces se quedaban vagones enteros llenos de naranjas que venían a granel y que se estropeaban y los ponían en las vías muertas abandonados. Pues de esas naranjas se alimentaban infinidad de familias aprovechando lo mejor de ellas y sacándoles el mayor partido posible.

Continuará...

Luis Ballester Moreno

 

 

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