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El precio de tu error

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 18 Noviembre 2022 21:04

Pocas cosas hay más peligrosas y contradictorias que dejar a una antisistema a los mandos del sistema. Es algo que cualquiera podría prever y que casi todos veíamos venir desde que Pedro Sánchez confesara su insomnio prematuro si Podemos formaba parte del Gobierno. Quienes, en ese momento, tuvimos la certeza, con meridiana seguridad, de que ese Gobierno de coalición iba a ser una realidad más pronto que tarde, no podíamos dejar de imaginar que llegarían episodios como el que hemos vivido esta semana con los efectos del “solo sí es sí”.

No debemos olvidar, aunque hace ya muchos años, aquella frase de Alfonso Guerra confirmando la muerte de Montesquieu y, con ella, la de la separación de poderes, pero hay intromisiones que van mucho más allá de lo que un sistema democrático y cualquier principio de libertad de expresión pueden tolerar.

A Irene Montero se le quedó grande el Ministerio que regenta desde muchas semanas antes de ser ministra. Lo ha venido demostrando aplicando una perspectiva sectaria, carente de principios constitucionales y rupturista con una estabilidad social como principio básico de cualquier sociedad moderna. Nunca los extremos fueron buenos a la hora de sentar las bases de una convivencia equilibrada y pacífica y este caso no podía ser una excepción.

Si la ley del “solo sí es sí” es un error, como tantos otros que ha cometido Montero desde el aciago día en que cogió su cartera de ministra, lo que corresponde es asumirlo y enmendarlo. Echar la culpa a quienes corresponde aplicar la ley, incluidos todos sus errores, es una muestra de la falta de capacidad para asumir su responsabilidad por mucho que todos sepamos que no era, ni es, capaz de llegar a mucho más. Lo peor que tiene la incompetencia no es sufrirla, sino la inconsciencia de padecerla y regir un ministerio con la misma seriedad con que se juega al Party&Co es un peligro latente para la estabilidad democrática de un país.

Sin duda, los cimientos del Estado de derecho están en la separación de poderes pero, yendo más allá, la solidez de sus bases se establece en el respeto entre las instituciones y quienes las representan. Cuando alguien quiere reivindicarse como autor de sus aciertos pero mantenerse ajeno a todos sus errores, demuestra que su perspectiva democrática queda muy por debajo del umbral mínimo exigible.

Irene Montero no pasará a la historia por su aportación a la mejora del Estado democrático. Es más, su mejor aportación sería pasar ya a la historia, haciendo caso a todas las asociaciones de jueces que llevan ya días pidiendo su dimisión. Pero no: su apego al cargo y a las ventajas que conlleva es infinitamente mayor a la decencia que le tendría que llevar a adoptar esa decisión.

Es mucho más efectivo prevenir con la educación que con la legislación. Cualquier sociedad que refuerce sus valores entiende que la negativa, implícita o explícita, de cualquier persona, hombre o mujer, debería ser suficiente para cejar en el intento de mantener con él o ella cualquier tipo de relación. Pero son los mismos que llegaron al poder aprovechando esa falta de educación en valores quienes ahora, con su deficiente capacidad legislativa, están dejando en la calle a quienes debían seguir un tiempo más en la cárcel.

A Montero le han crecido los enanos. Su ley-bandera ha generado una contraindicación que no esperaba y su castigo infinito al sexo masculino ha resultado ser un alivio para quienes realmente habían cometido esos delitos que se supone debían prevenirse o castigarse.

La prevención de esas acciones hubiese sido más efectiva, sin duda, desde la difusión de valores democráticos básicos como la educación y el respeto a los demás. La peor opción era una mala ley y sus imprevistas consecuencias, pero poco más podría esperarse vista la limitada capacidad de la legisladora.

En su defensa, cabe reconocer que no todo es culpa suya. Quien aceptó (y sigue aceptando) que forme parte del Consejo de Ministros y quienes apoyaron, con su voto, la entrada en vigor de esta Ley son tan culpables de su incompetencia como ella misma. Pero todos adolecen del mismo mal: mirar hacia el otro lado cuando las cosas no salen bien y obviar uno de los principios básicos de la convivencia: No pretender nunca que otros acaben pagando el precio de tu error.

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites