Para que no me olvides

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 08 Julio 2022 21:05

Se cumplen la próxima semana veinticinco años de una de las semanas más dolorosas que recordamos, en España, quienes ya alcanzamos cierta edad. A quien preguntemos por aquellas 48 horas del año 1997, sabrá, de manera inmediata, que nos estamos refiriendo al secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.

De aquella España a esta, afortunadamente, hay cambios sustanciales. El positivo, que ETA, por fin, tuvo que dejar de matar y convertirse en un brazo político de quienes, hasta entonces, explicaban sus teorías con pistolas, imponiendo la voluntad de las balas por encima de la de la razón. El negativo, que, hoy, los entonces terroristas, se sientan en escaños de representación pública, deciden gobiernos y condicionan el desarrollo de políticas favorables a la ciudadanía española a que se cumplan sus condiciones, que nada tienen que ver con ese porvenir.

Miguel Ángel Blanco supuso un antes y un después en aquella ETA. Con su asesinato, pasamos de una España aparentemente indiferente a esa sinrazón, a otra perfectamente concienciada con lo que significaba la muerte de inocentes, cuya única culpa era ser inocentes. ETA, a sabiendas o no, puso su death line aquel 12 de julio. Aquel día, los españoles decidimos gritar al unísono “¡Basta ya!” y enfrentarnos, sin armas, a la barbarie terrorista que dejaba atrás casi mil muertos. Aquel goteo incesante, dejó casi la mitad de muertos que los atentados a las Torres Gemelas. Todos recordamos aquel 11S, pero pocas de las fechas en que ETA asesinó, secuestró e hirió a inocentes, adultos y niños, destrozando a sus familias para siempre.

Pero, por si las barbaridades de aquel tiempo fuesen pocas, hoy tenemos que soportar el blanqueamiento de los terroristas y, lo que es más aberrante, ver como la acción de ETA desaparece de la historia que estudian nuestros niños y jóvenes, como si la historia de España empezara cuando dejó de ser un Imperio y acabara con la dictadura franquista.

Si queremos una memoria histórica, debemos luchar porque cumpla dos características fundamentales: que sea productiva y que sea objetiva. Si no, no vale más que para abrir enfrentamientos predefinidos, que siempre voltean hacia el mismo lado como si, en España, no hubiese nada más que contar.

No voy a defender ningún tipo de violencia. ¡¡Ninguna!! Pero tampoco seré yo quien avale el uso intencionado de episodios violentos anteriores para adoctrinar acerca de lo que está bien o está mal. La Guerra Civil ni es ni será un episodio del que presumir en la historia reciente de España, pero tampoco los años de plomo que nos dejó ETA deben quedar en el olvido como si nada hubiese ocurrido.

Miguel Ángel Blanco se convirtió, sin duda involuntariamente, en un símbolo de la Paz. Debimos vivir aquellas horas para darnos cuenta de lo que suponía para una familia quedarse sin sus seres queridos porque alguien hubiese decidido que era un blanco fácil para reivindicar sus paranoias. Es triste, pero tras más de novecientos muertos, y alguno más que aún llegó después, nos dimos cuenta de que aquello nunca debió pasar.

Ahora, porque hace veinticinco años, y siempre porque es algo que no debemos perder en el olvido, debemos tener presente aquel “Espíritu de Ermua”, pero aquel que unió a España contra los asesinos, y no este que excluye a la familia de Miguel Ángel del homenaje que se le ha preparado. En aquellos días de 1997, nos dimos cuenta de la verdadera fuerza de la palabra. Aunque, tras saber que le habían descerrajado dos tiros en la nuca, llegásemos a pensar que no había servido de nada, ese grito unánime pidiendo su libertad fue el primer eslabón en la cadena que acabó con ETA. Se puede hacer sonar las armas y pensar que son útiles, hasta que un País entero grita contra ellas y contra quienes las usan.

En pleno Siglo XXI, afortunadamente, sabemos que hay otras muchas formas de entendernos, mucho más válidas que llenar de sangre nuestras calles. Es momento de ponerlas en valor, de saber qué aportan y con quien sirven. Pero eso no puede hacer caer en el olvido aquello que pasó y porqué pasó. Miguel Ángel Blanco es un símbolo de esa Paz que tanto ansiamos y, para ello, es fundamental que nunca lo olvidemos.

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites

 

 

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