Las guerras no caen del cielo

Escrito por Ramón García Ortín
Miércoles, 13 Abril 2022 21:02

Están empeñados en hacernos creer que las guerras son obra de unos hombres malos, malísimos, a los que un día se les cruzan los cables y se lanzan a la guerra a cometer toda clase de fechorías, de las que tienen que defenderse otros hombres buenos, buenísimos, que en su vida no han roto un plato y que se han visto abocados a la trágica situación de un conflicto armado no deseado. Este esquema por su simplicidad, adobado con imágenes hollywoodenses, no requiere calentarse demasiado la cabeza, y es, precisamente, el que nos están vendiendo en el caso de Ukrania y de otros tantos lugares. En Libia el malo era Gadafi, asesinado; en Irak, Sadam Husein, asesinado; en Siria, Bashar al-Ásad, y así un largo etcétera, donde los invasores no han sido rusos, sino guerreros humanitarios.

Pero no, los conflictos no aparecen por generación espontánea, en Ukrania llevan a tiros desde el año 2014 y tiene unos antecedentes que conviene recordar. A principios de los años 90 del siglo pasado, la élite del Partido Comunista que había dirigido la URSS se había transformado en una clase privilegiada que la economía de control centralizado tenía encorsetada, los apparatchiks y la nomenklatura. Esta élite inició el proceso de cambio al libre mercado con el presidente Mijaíl Gorbachov y continuado por Borís Yeltsin, que, siendo presidente de la República de Rusia, junto a los presidentes de las repúblicas de Ucrania y Bielorrusia, acordaron la disolución de la URSS, provocando la dimisión de Gorvachov.

Con el asesoramiento directo de agentes de los EEUU, expertos en transiciones y de economistas neoliberales de la Escuela de Chicago, Yeltsin inició una política económica de choque con la privatización de más de 200.000 empresas estatales, con unos resultados catastróficos para las clases trabajadoras que perdieron casi la mitad de su poder adquisitivo en pocos meses y sumieron a un tercio de la población de Rusia por debajo del umbral de la pobreza. Año y medio después de iniciado el experimento neoliberal, a la vista de sus ‘espectaculares’ resultados, el parlamento ruso prácticamente por unanimidad, destituyó a Yeltsin, que reaccionó disolviéndolo a cañonazos al estilo Pinochet, lo que fue aplaudido por todos los lideres ‘democráticos’ occidentales. El 31 de diciembre de 1999 la situación se había hecho tan insostenible que los oligarcas, discretamente, retiraron a Yeltsin y colocaron interinamente a Putin, eso sí, garantizándole inmunidad para él y su familia por la corrupción y fechorías cometidas durante su mandato ¿A qué me suena esto?

Uno de los procedimientos para acaparar las industrias, empresas y recursos, fue bastante simple, el Estado prestaba dinero a los apparatchiks con el que las adquirían a precio de saldo y con los beneficios del primero o segundo año pagaban el ‘préstamo’ y multiplicaban por un entero o varios la ‘inversión’, así han aparecido por nuestros lares individuos como los Abramóvich y los dueños de megayates y mansiones, gánsteres y ladrones de las repúblicas soviéticas que tan amablemente hemos acogido. En Ucrania el proceso de saqueo ha sido similar al de Rusia, los nuevos oligarcas de una y otra república han compartido desde negocios hasta nacionalidad.

Aprovechando el caos creado por las masivas privatizaciones y con el expresidente Gorvachov anunciando Pizzas Hut por televisión, como tiburones que huelen la sangre, la OTAN se lanzó hacia el Este, enfilando el buque en rumbo de colisión, intentando lograr esta vez lo que no pudieron ni Napoleón ni Hitler.

Podemos situar los antecedentes directos del actual conflicto en los golpes de estado en Ucrania producidos en el 2004 y en el 2014, y lo que se estaba dilucidando, aparte de cuestiones geoestratégicas, es quién se quedaba con la parte del león del expolio realizado a los trabajadores de las repúblicas y con la vista puesta en proyectos más ambiciosos. Javier Solana, durante una entrevista en el periódico La Vanguardia, se vanagloriaba de haber participado en 2004 en su ejecución, siendo secretario general del Consejo de la Unión Europea.

Era tan evidente que el conflicto iba a ser inevitable que dos años antes se iniciaron maniobras militares en todos los países vasallos de EEUU, para que nos fuéramos adaptando a ‘La Nueva Normalidad’ que estaban provocando, y en la que tanto énfasis ha puesto Pedro Sánchez.

Con el disfraz de medidas anti-Covid, un comité de ‘expertos sanitarios’ formado por discípulos de Carl von Clausewitz, implantaron un estado prebélico, en el que nuestro gobierno progre se ha mostrado como un valiente guerrero aventajado, al que las asociaciones médicas y científicas de toda España le respondieron: «En salud, ustedes mandan, pero no saben… tenemos que cambiar ya tanta inconsistencia política, profesional y humana», por supuesto silenciado.

Antes de que se produjeran las primeras explosiones en Kiev, en nuestro país, las maniobras médico-militares se habían llevado a la tumba de modo especialmente cruel e inhumano a miles de ancianos de las residencias. Más bajas que las causadas por la actual guerra.

El tercer sujeto de esta confrontación, las clases trabajadoras expoliadas, sometidas y humilladas, de ambos bandos, tanto de los países de la OTAN como de Rusia y Ukrania, que nadie menciona, espero que más pronto que tarde intervengan y, corrigiendo lo que haya que corregir, digan la última palabra.

Ramón García Ortín

 

 

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