Los humanoides del siglo XXI

Escrito por Amira Fernández Ramos
Miércoles, 13 Abril 2022 21:01

Todo lo que ocurre, por mínimo que sea, tiene un efecto. Newton ya la enunció como una la de las leyes más importantes de la Física Clásica: La ley de acción y reacción. Existen muchísimos ejemplos para representar esta ley. Ejemplos que en clase el profesor o la profesora explicaba utilizando términos de Fuerza 1 (F1) y Fuerza 2 (F2) y venían a decir, básicamente, que la fuerza que se aplica tiene una fuerza consecutiva. Es tan fácil como saber que si se bebe mucha agua, se tiene la necesidad de orinar, o que una mala entrevista de trabajo hará que la empresa siga buscando otros candidatos.

En el mundo actual, puede verse esa Ley en aspectos que nos hacen cuestionarnos muchos de nuestros comportamientos (individuales o colectivos). Una pandemia, una guerra o una crisis energética son algunos de los capítulos de terror que vivimos en los últimos años. Nos hacen entender el mundo como un conjunto de nudos conectados mediante cuerdas. Como una fila de fichas de dominó: En cuanto cae una, el resto van cayendo consecutivamente. Por ejemplo, cualquiera que fuera el origen del SARS-CoV-2 (un laboratorio despiadado, el tráfico de animales como el pangolín o la conquista de territorios salvajes que nos acercan a las garras de nuevas pandemias) tuvo como consecuencia el parón de la vida cotidiana, el colapso sanitario y ver que en realidad un Apocalipsis Zombie no significaba vivir en centros comerciales abandonados empuñando cualquier arma que encontráramos y arrancando las cabezas de los infectados. Supuso un daño más bien emocional, social y económico que hemos debido curar poniéndonos una tirita y pasando a la siguiente pantalla, mucho más aterradora y escalofriante.

No obstante, el ser humano tiene la capacidad de sufrir, empatizar y olvidar. Es como fumar: detestamos el vicio, nos sentimos mal al ver los mensajes de los paquetes de tabaco, pero seguimos fumando (aunque cada vez menos, gracias al cine que dejó de poner fumadores en sus escenas y a la Pandemia que ha sabido tratar a los fumadores como los apestados). Así que, para no agobiarnos con tanta ficha de dominó a puntito de caer para desencadenar un conjunto de crisis perfectamente ordenadas, seguimos con nuestro día a día: el trabajo, el gimnasio, tomar unas cervezas con amigos, decidir el momento oportuno para formar una familia, planificar las vacaciones (por si acaso la cosa mejora), pasear al perro, engancharse a una serie o leer un buen libro.

Los libros de ciencia ficción, distópicos o de fantasía parecían querer hacer ver a la sociedad todo lo que les esperaba. Eran como esos manuales de Ikea que parecen no servir para nada, así que decides no seguirlos. Hasta que ves que los tornillos no te cuadran y sabes que te has metido en un lío.

Los orcos, los elfos, los tritones y los hombre caballo se vendían en la literatura como humanoides mitológicos. Los robots de Asimov como humanoides futurísticos. Y, en el caso de los reptilianos, como la evolución de una raza inteligente en la Tierra. La verdad es que es difícil saber si es un insulto o un elogio poner al ser humano como el centro de todo: ¿Es una especie tan interesante que dará lugar a muchas más igualmente importantes? ¿O es un ser tan banal que hay que ser optimistas y pensar que dará lugar a una raza súper evolucionada que acabará con los desastres que provocó en el pasado? Al fin y al cabo, el ser humano es el único ser que recibe sin dar mucho a cambio; que toma prestado de la naturaleza pero jamás devuelve, o que incluso deja los mares, océanos, montes y ríos infectados con su presencia.

Además, con la contaminación ocurre como con el tabaco: mira la basura que genera su actividad diaria, se escandaliza, firma algunas peticiones relacionadas con el medio ambiente y después se olvida. Y, sinceramente, es comprensible, pues la actividad individual no es ni mínimamente comparable con la de las grandes industrias que necesita para sobrevivir y que ellas mismas necesitan de su consumo. Vaya… Con ellas sí que existe cooperación.

Esta semana se ha publicado un titular sorprendente. Los investigadores holandeses de la Vrije Universiteit, en un estudio liderado por Heather Leslie, tomaron muestras de sangre de 22 voluntarios sanos para comprobar que 17 de ellos mostraban la presencia de microplásticos en sangre.

Era una consecuencia predecible, ya que muchos medios acuáticos se habían visto perjudicados por la presencia de microplásticos. Por ejemplo, en 2016, el Fondo Mundial para la Naturaleza analizó las biopsias de casi cien mamíferos marinos que habitan en el Santuario de Pélagos, en el Mar Mediterráneo. Con este estudio, se demostró que los cetáceos contenían en sangre grandes cantidades de ftalatos. El ftalato es uno de los componentes del plástico que se encuentra en embalajes, barnices, perfumes, lacas y cables. Los microplásticos hallados en las especies marinas ha desencadenado algunas patologías como aneurismas, deterioro cognitivo, enfermedades cardíacas e incluso cambios morfológicos en las células de estos.

Esto podría ser otro ejemplo cotidiano de la Ley de Newton sobre acción y reacción: la sociedad compra latas y fruta plastificada para meter todo después en una bolsa de plástico. El plástico, como las montañas por la erosión y los efectos meteorológicos, se va triturando hasta convertirse en partículas diminutas que conquistan cualquier rincón del planeta. Hasta nuestro torrente sanguíneo.

Ahora hace falta ver qué efectos podría tener en el cuerpo humano. Pero ya lo enunció la epigenética: Los factores ambientales también pueden causar cambios genéticos.

¿Será todo esto un spoiler sobre la futura raza humanoide?

Amira Fernández Ramos

 

 

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