Imprimir esta página

Un cuento para la Navidad

Escrito por Francisco Gómez Caja
Jueves, 30 Diciembre 2021 21:03

Hace unos días tuve la oportunidad de hacer con los niños de un colegio, un recorrido por nuestro patrimonio industrial. Fue por un momento volver con Montajes Nervión y mis 22 años a la reparación del Horno Alto 2. Y pensé cuantas cosas tangibles estarían viendo y tocando de la siderometalúrgica si algunos políticos hubieran tenido sensibilidad. La verdad es que no me imaginaba que tuvieran tantas preguntas, y tan dispares “una gozada”. Y recordé.

No sé si a los chicos de ahora, pero a los de mi época, como veíamos tan poco a nuestros padres por sus dobles jornadas, siempre que había una oportunidad nos gustaba ir con ellos.

Tendría como unos nueve años cuando iba con él, y se acercó al paso del trenillo. Había allí una oficina con las personas que llevaban el tema de las nominas y pagos. Mi padre fue para que le pagaran unas horas que le faltaban, pero el pagador, se había ido al departamento de laminación. Así que fui con él a buscarlo, y vi la fábrica con los ojos y la inocencia de un niño que entra en un mundo extraño y diferente.

Recuerdo que pegado a su lado miraba hacia arriba, veía unos altos techos de hierro y una máquina que corría sobre ellos conducida por un hombre que asomaba la cabeza. Era algo sorprendente, se movía con tal velocidad, haciendo un ruido… -bueno es que todo era muy ruidoso- y por el suelo unas estructuras con rodillos, y un monstruo pasaba al rojo vivo desprendiendo un calor…

Había que cruzar una especie de puente, por debajo iban esos monstruosos trozos rojos que notabas que abrasaban tu rostro ¡espera un poco espera!... que haya un momento en que dejen de pasar.

Todo estaba quemando, mi imaginación iba y venía, y me preguntaba, ¿donde estas?... Pero estoy con mi padre -mi padre- no toques nada, que todo está quemando.

Aquel monstruo al rojo iba y venía a voluntad de aquellos hombres. ¿Será esto el hierro que hace la fábrica?

Todo me maravillaba y admiraba, con el temor que ofrece lo desconocido -- esto es lo que hacen, esto es de gigantes-- y lo hacen estas personas con ropa azul y un casco. ¿Serán los mismos que veo en la calle? -- aquí se transforman y dominan todas estas sorprendentes máquinas-- Totalmente irreal y grandioso, la imaginación iba muy rápido y la vista también, todo tenía que tener una explicación, pero todo era extraño y a la vez magnifico, y seguía haciéndome preguntas. Algún día puedo venir aquí ¿estaré preparado?

Estaba embobado y extasiado, y al mismo tiempo contemplándolo todo porque todo me sorprendía y extrañaba.

Al fin llegamos a un pequeño habitáculo que te aislaba del ruido, pero el pagador ya se había ido a otro lugar.

Bebimos un vaso de agua fresca y volvimos con cuidado y seguía admirando todo lo hallado. Encontramos al pagador en unas oficinas pero fuera de laminación.

Y como estamos en Navidad, y como no me apetece meterme con nadie, les haré un relato medio en serio medio en broma, medio en verso medio en prosa. Esta es una pequeña historia, fruto del recuerdo y la memoria // Donde falla la memoria, está como no, la imaginación //

No obstante quizás alguien de la época, leyendo u oyendo el relato // Verá que tiene sentido lo vivido, si van con los recuerdos. // Para detrás un buen rato.

Cuando aún no tenía ni un año, desde un pueblo valenciano // Con dinero de mi abuelo, hasta el tren me llevaron // Para llegar con mis padres, a las Torres de Serrano // Fui acarreado y transportado, junto con las herramientas, // en tartana con jamelgo traqueteado / / Y desde este lugar tan emblemático. // Volví otra vez a salir, supongo que para el Puerto // Y así fue que sin saberlo repoblé y colonicé este pueblo.

La verdad de todo esto no me acuerdo, // sólo se, lo que me contó mi madre. // Que en la casa de la prima Carmen en la huerta, // teniendo los patos sueltos // Les cocían arroz, y yo ágatas, se lo quitaba del cuenco // Debe de ser así, porque me encanta el arroz. // Sobre todo la paella, siempre que el grano este suelto.

Al lado de la Plaza de España tengo una foto de escuela. // Y era aún bastante pequeño, // algunos que me rodean aun los recuerdo// Aunque ha pasado ya mucho tiempo, este trabajaba allí, este se casó con esta. // Y este es Juan, esta es la Pitu y están son la Piedad y la Pepa.
Pasó la primera infancia, dejando atrás la que denominaban la escuela de los cagones. // Ya por fin voy al colegio Begoña. // Y sabes lo que más recuerdo, las bonitas y variadas historias. // Que mi maestro Don Vicente Botella con su dulzura contaba. // Llenas de ficción, fantasías e imaginación, // porque cada noche antes de dormir las hacia mías.

Y con seis años, seguimos con el recuerdo:

Como describir ahora el día de la riada un día de octubre del año 1957.

Vivía en una bonita casa, bastante cerca del río. // Aquella mañana no me dejaron salir de la escuela. // “Los niños de la Huerta vendrán sus padres a recogerlos”// El río se convirtió en un mar debido a la doble gota fría. // De la casa las higueras rescataron a las personas. //Y después el agua se la llevo como si no existiera. // La gente atemorizada, hacia el pueblo caminaba // Los camiones de fábrica, además de los colchones. // Llevaban lo que más pesaba. // Todo el mundo tuvo que salir de allí, con lo bien que yo lo pasaba. // Jugando siempre a la guerra, metido entre campos de maizales y cañas. // Desde los refugios veíamos a los militares, como los campos cultivaban. // Pero ellos a lo suyo porque el juego era lo nuestro. // Después de una gran guerra, bien de piedras o de lanzas. // Extenuados y sudados, y casi sin lesionados todos juntos amigos y enemigos. // Nos quitábamos la ropa, para que nuestras madres no se enteraran. // Y así nos dábamos un buen chapuzón y unas buenas remojadas

Esto era en las llamadas después, las casas del padre Jaime. // Y por último los ríos, cuando ya el barrio estaba totalmente desconocido.

Y en los días de la riada dormí, en la calle de Cervantes. // Donde un amigo de mi padre, tenía un piso, que reservaba para el hijo. // El amigo era Antonio el Castañero, el que con su carrito y brasero. // En la puerta del cine, vendía “castañas calentitas” en los meses de más frío. // Allí lo pase de lujo porque su hija me trato con el amor que hubiera dado a su hijo.

Menudo lio se formó mi padre decía: tenemos que ir mirando de alejarnos. // De la zona con la influencia del rio. // Y pensaba como juego yo, si me quedo sin amigos.

Pronto esto superé porque fui a vivir al lado del colegio // Junto a la plaza de Molina llamada después de La Marina. // Muy pronto allí hice un montón de amigos. // Algunos recordareis aquella fuente tan grande. // Aunque nunca tenía agua, como estaba en el medio de la plaza.// Subidos en ella, era para los chiquillos las almenas del castillo. // Y así fueron trascurriendo los días, con patadas al balón. // Has dejado de ser niño.

Un abrazo de Paco

Francisco Gómez Caja