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Se le apagó la luz

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 17 Septiembre 2021 21:00

Si a un Gobierno con pocas luces, le sumas una imparable subida de las tarifas eléctricas, el resultado no puede ser otro que un apagón. Cierto es que, entre el apagón y la penumbra, el resultado varía poco, pero no lo es menos que las consecuencias negativas, a corto, medio y largo plazo, crecen exponencialmente. El Gobierno que formó Sánchez, con su única intención de ser inquilino del Palacio de la Moncloa, no se ha caracterizado nunca por su capacidad de gestión. Ya no hablo de la pandemia, donde les pilló con el pie cambiado cuando empezó en febrero de 2020 y siguen sin haber cambiado de pie cuando estamos ya en septiembre de 2021. El problema es mucho más genérico y la situación que genera puede resultar irreversible en el corto plazo.

Quizá los ministros encargados del ramo no sean aún conscientes de la transversalidad de los precios de la energía, tanto eléctrica como de los combustibles fósiles. No se me ocurre, en este momento ni en todos los que llevo pensando, ningún producto o servicio que no tenga un coste añadido por alguno de estos dos suministros o, más aún, por los dos. Si sus precios aumentan de un modo tan considerable como lo están haciendo en estos últimos meses, es inevitable que el fabricante, productor, distribuidor o vendedor, tenga que repercutir ese coste en los precios del producto que vende. Esto, como puede entenderse con facilidad, acaba pagándolo el consumidor que ve mermada la cesta de la compra en el mismo porcentaje, salvo que esté dispuesto a pagar más por lo mismo.

Pues bien, esto que los economistas dieron en llamar inflación genera un problema social mucho más importante de lo que parece. Sobre todo, porque, por mucho que se empeñen los gobiernos de la izquierda, la economía es uno de los factores más sociales que puedan conocerse. Todos los servicios, sean públicos o privados, tienen un coste, una necesidad de financiación y unos gastos de mantenimiento. Pura economía, por tanto, que debe cubrirse con una financiación adecuada. Pues bien, a Sánchez y a su colla se les ocurrió la feliz idea de aumentar el salario mínimo para que los ciudadanos lleguen a poder pagar estos servicios básicos que, por su precio, parece que sean de lujo. Si eso no lo tuviese que pagar nadie, me parecería perfecto, pero esa subida, además de no afectar al global del mercado laboral, sino solo a los salarios más bajos, genera una subida adicional de costes a los productores que, obviamente, volverán a repercutir en los precios.

Podemos iniciar así el ciclo sin fin. Subimos los costes, subimos los precios, subimos los salarios, subimos los costes… y así hasta cansarnos. Ante esto, el empresario solo puede encontrar una solución: reducir su factura de producción. Y ahí entra en juego el rival más débil: ese trabajador que, aún cobrando poco, es el primero en la lista de salidas de cualquier empresa y que puede verse en una situación de desempleo ante la subida de sus retribuciones. No olvidemos que, lo que un trabajador percibe, es sensiblemente inferior a lo que la empresa paga por él, con lo que esa subida del salario mínimo, que puede resultar incluso imperceptible para el empleado, genera unos costes por Seguridad Social que no todos los empresarios pueden asumir ante un mercado contraído y un margen de beneficio cada vez más ajustado.

El resultado es perfectamente predecible: un aumento del desempleo que es lo último que necesita ahora la sociedad y la economía. Siendo egoístas, y mirando solo desde la perspectiva de las administraciones públicas, cada desempleado de más genera un doble perjuicio. Por un lado, deja de ingresar a la Administración sus tributos y sus cargas sociales y, por otro, pasa a ser un perceptor de ayudas, ya sean en forma de subsidio por desempleo o por cualquier otra que se nos pueda ocurrir. Por tanto, ante una situación compleja de las arcas públicas, con una deuda disparada y una necesidad creciente de recursos, las medidas a adoptar tienden a incrementar el gasto público al tiempo que se reduce el flujo de ingresos. Vaya, lo que viene a llamarse una gran idea.

Que a este Gobierno no le gusta la economía no es algo que haya que descubrir a estas alturas, pero su ceguera y sordera ante lo que los empresarios insisten en querer hacer ver. Eso sí, como parece que los sindicatos han desaparecido, no habrá repercusiones ante un próximo aumento del desempleo y del gasto público. Las consecuencias las pagaremos, literalmente, todos. Ya estábamos en las tinieblas, pero, a este Gobierno, definitivamente, se le apagó la luz.

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites